34. JeongIn

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JeongIn terminó de llenar una caja de uvas cuando sonó la campana del almuerzo. Rápidamente se levantó, limpiando el sudor de su frente con la manga de su camiseta blanca. El viñedo se cubrió de voces, conversaciones, mientras sus compañeros caminaban rumbo al galpón donde cada uno guardaba su propia comida. El menor bajó la mirada al cajón de uva con su nombre marcado en una etiqueta. Suspiró una última vez y levantó la caja. Caminó con tranquilidad tras sus compañeros. La mayoría eran betas, había alguno que otro Alfa joven, menores que él, que empezaban a desprender feromonas que le eran ruines. JeongIn dejó su cajón en la gran pila, quitándose los guantes de las manos. Elevó la mirada al cielo cubierto de nubes y lentamente caminó lejos de allí, rumbo a su bicicleta. No estaba tan lejos de casa, así que la mayoría de las veces regresaba para comer con su hermano o su madre. Había noches en las que JeongIn se quedaba dormido por el estudio y se olvidaba de cocinar la comida para el trabajo.

—JeongIn —escuchó detrás suyo. El Omega ya había llegado hasta su bicicleta. JeongIn sintió que la piel se le erizaba suavemente. Al volverse, notó a Choi San caminando hacia él. Traía pantalones grises de trabajo y una remera manga corta blanca. Como era un Alfa dominante, su naturaleza lo había vuelto tan alto como una puerta y fuerte como ninguno. De alguna manera, su cuerpo cubierto de músculos le recordaba a Christopher, el novio de Felix, a pesar de que era un poco más bajo que San. Tenía los ojos rasgados y pequeños, casi siempre su rostro guardaba una expresión seria, aunque JeongIn sabía que podía ser agradable—. ¿Te retiras?

—Volveré antes de que termine la hora —habló, acomodando su bicicleta. JeongIn sintió que el Alfa se acercaba. El menor desvió la mirada a aquel, que inclinó un poco la cabeza. Era demasiado alto. Tenía una sonrisa amable. El Omega percibió un brillo extraño en aquellos ojos y la sensación volcó contra su cabeza al instante. Sabía que San estaba interesado en él, a leguas se notaba y el Alfa estaba enterado de la clara atención que le daba. Era evidente, notorio. JeongIn sonrió apenas por cortesía—. Bueno, me voy.

—Quiero invitarte a comer... ahora, o esta noche, si prefieres. Mi hermano abrió un restaurante en el pueblo... me pidió que probara el nuevo menú. Ven, por favor —mencionó San, caminando a su lado. JeongIn apretó los puños en los manurios, mirando fijamente el camino. Una suave ventisca entró por el sendero, removiendo su cabello. Sus ojos se clavaron en el final del camino. El recuerdo de una tarde lluviosa llegó a su mente. El agua, el viento y un joven Alfa esperando por él. JeongIn desvió su atención a sus manos y suavemente se detuvo. Recordó las palabras de HyunJin. JeongIn sabía que aquel hombre quería cortejarlo. San tenía toda su vida hecha y preparada. Había acabado su carrera, tenía ahora veinticuatro años y en poco tiempo adquiriría el título del campo y el viñedo entero. Pertenecía a una familia bien acomodada y lo único que le faltaba era un Omega con quien casarse y criar cachorros. Sabía que Choi San era un hombre tradicional, toda su familia había sido criada así.

JeongIn lo miró. San era más grande que él. Lucía amable e intentaba ser gracioso, a pesar de su actitud seria y responsable. No hacía falta darle una oportunidad para saber qué clase de vida tendría a su lado.

Sabía que tendría que abandonar los estudios para atenderlo bien, a él y seguramente a los cachorros que sabía que quería. Viéndolo de cerca, sentía todos los rasgos típicos de un dominante. JeongIn recorrió la mirada disimuladamente por aquel cuerpo alto y grande. De estar con Choi San, seguramente lo reclamaría a través del nudo, como todos los Alfas de ese pueblo, antes de preñar a sus parejas.
Sabía que realmente no confiaba en la educación intensiva de los Omegas, puesto que no le veía un sentido. Y seguramente a su madre le caería mal, pero nunca se lo diría porque era mucho más grande su amor y respeto por él que la naturaleza Alfa y los instintos.

Sabía que debía detenerlo, pero temía que cualquier cosa que hiciera arruinara el trabajo que tenía allí. JeongIn necesitaba el dinero y no había otro campo en el pueblo que pagara tan bien y que permitiera tomarse días de estudio. Respiró profundo, JeongIn lo miró a los ojos.

HADO • HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora