25. JeongIn

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—Puedes venir a la ciudad conmigo.

JunHyuk deslizó el algodón con alcohol sobre la herida de su hombro. JeongIn hizo una mueca, encogiéndose por completo ante el ardor. Pronto su hermano sopló con suavidad.

—Perdona —continuó, dejando a un lado el producto ensangrentado sobre una mesita de madera—. ¿Qué dices?

El silbido del viento atravesó el cobertizo de su hogar. Estaban afuera, bajo la luz amarillenta de dos focos, mientras el llamador de ángeles colgado en el portón de casa, a lo lejos, revolvía con fuerza los cristales. La noche se alzaba fresca, pura, trayendo el aroma de la grama húmeda, de los campos arados y mojados.

JeongIn acababa de salir de bañarse solo. Se había caído dos veces, la primera le provocó un moretón rojizo en el muslo y la segunda le arrancó parte de la piel del hombro, con la canilla de bronce de la tina. En realidad no lo había notado hasta que el agua empezó a teñirse de un suave rosáceo. Se suponía que JunHyuk iba a ayudarlo, pero a JeongIn le avergonzaba que lo viera semidesnudo, a pesar de que nada valió su pena cuando tuvo que llamarlo para que lo quitara de ahí.

—¿Un fin de semana? —preguntó, sentía que el viento le enfriaba el cabello húmedo. JeongIn frunció el ceño cuando JunHyuk le colocó un parche de tela en la herida—. No quiero dejar sola a mamá ni a Yeonjun.

—El señor Lee los llevará a su casa —mencionó el Alfa, limpiando las demás heridas que aún no cicatrizaban. JeongIn traía puesto pantalones cortos, le quedaban algo enormes, aunque resultaba cómodo. Tenía una remera en las manos, lista en sus brazos para colocársela una vez su hermano terninara. Las manos de JunHyuk eran enormes sobre sus brazos y hombros.

—¿Y el campo? ¿Qué pasará con el trabajo aquí? —JeongIn miró la tierra oscura frente a él. El campo de su familia no era chico, aunque tampoco formaba parte de las tierras más grandes del pueblo. El primero se lo ganaba la familia de Minho, que sembraba legumbres y algodón. El segundo pertenecía a la familia de Felix. Se permitían tener peones, sin embargo, en aquel lugar solo eran ellos.

—Mamá no lo dejará... —respondió el mayor, colocando parches en las heridas más grandes. JeongIn siquiera se había visto en un espejo desde que todo sucedió. No sabía en qué estado se encontraba su espalda, pero un escalofrío lo sujetaba de lleno cada que JunHyuk se estremecía al verlo. El Omega bajó la mirada a sus piernas. Una estaba cicatrizando heridas, cubierta de gasa nueva. La otra, en cambio, tenía un yeso que cubría la totalidad de su pie, a excepción de sus dedos, y seguía hasta la rodilla. Tardaría meses en recuperarse de aquello.

—¿Y quién la ayudará? —murmuró bajito. Su hermano lo soltó, silencioso. JeongIn percibió sus feromonas, fuertes, apenas una caricia que lo hizo encogerse.

—¿En serio crees que puedes ayudar a mamá estando así? —comentó JunHyuk, tomándolo del brazo. El Omega volvió la mirada con rapidez. El Alfa tenía el ceño fruncido—. Casi mueres. Mamá no duerme nada desde ese día que Felix vino... y ella está de acuerdo conmigo sobre llevarte. Me voy en dos días, JeongIn, y vienes porque quiero que estés bien, que sanes y... no queremos que te pase nada más. Ni tus amigos... ni HyunJin.

No dijo nada. Un ligero ardor brotó en su garganta, JeongIn se quedó callado, mirándolo con grandes ojos. Su hermano mayor la apartó hacia el algodón ensangrentado, al viejo botiquín de casa.

Le hubiese gustado decirle que no quería ir. Amaba el campo, le gustaba trabajar en la siembra, en el huerto, cuidar de sus animales. Quería volver a esperar a SeungMin y a Felix bajo el viejo árbol de la colina. Quería volver a las tardes que iban a pescar, a recorrer el bosque y nadar en los ríos durante el verano. JeongIn entrecerró los ojos, presionando los labios. Extrañaba tanto volver de la casa de JiSung bajo un cielo anaranjado, sentirse querido, hilarante, que el simple recuerdo hizo que algo en su interior doliera.

HADO • HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora