4. Infancia

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Infancia

—¡JeongIn, espérame! —se escuchó la voz de un pequeño, el azabache se aferró a la rama del árbol, mientras bajaba la mirada.

—¡JiSung, toma mi pie! —animó el niño, estirando su pie a la pequeña mano que buscó sujetarse.

—¡No hagan eso, se van a lastimar! SeungMin, haz algo —regañaba un pequeño niño rubio. El castaño, a su lado, jugaba con la tierra húmeda, haciendo castillos.

Aquella mañana, después de una semana de fuerte temporada de tormentas, finalmente los niños pudieron encontrarse bajo un fuerte sol y un cielo despejado. Estaban en lo alto de la colina, donde el bosque empezaba. Traían botas de lluvia, abrigos, dispuestos a aventurarse un poco antes de ir a la casa de Han a merendar.

—Si se caen y se rompen un hueso, podemos jugar al doctor —habló SeungMin, enterrando la mano en el barro para armar un castillo—. Ven, Lix, hagamos vasijas.

—Pero... —murmuró el rubio, levantando la mirada a sus dos amigos. JeongIn estaba casi en la punta, con una agilidad increíble y envidiable. Felix elevó aún más la cabeza, notando que JiSung buscaba el soporte en su pie derecho. Los ojos del rubiecito se abrieron de par en par cuando notó que había apoyado su peso en musgo—. ¡JiSung, cuidado!

Fue muy tarde. El pequeño se resbaló, cayendo limpiamente tres metros y medio hacia el suelo, el duro golpe de su pecho contra la tierra firme vibró en los oídos ajenos. Han se cubrió de barro y no pasó dos segundos hasta que su fuerte llanto rompiera el eco de la naturaleza. JeongIn bajó saltando de rama en rama, haciéndolo parecer algo fácil.

—¡JiSung! ¿Estás bien? —gritó el azabache, saltando hacia él. El pequeño castaño se levantó, apartando el barro que su pequeña mano ensangrentada empezaba a teñir. Sus ojos se agrandaron, al igual que los de Felix y SeungMin al acercarse.

—¡Tiene sangre! ¡Hay que llamar a su mamá! —gritó el rubio. JeongIn tomó la mano, apartando el barro con el dedo. No era una herida profunda, por lo que vio, pero sangraba mucho. Suavemente lo llevó a su boca—. ¡¿Qué haces?!

—Mamá me cura así —susurró Yang, separando los labios rojizos de la herida. SeungMin los miró horrorizado.

—Ahora te agarrará tátanos y morirás.

—Tétanos —corrigió JeongIn.

—Tétanos, y morirás —habló SeungMin, frunciendo el ceño con desagrado. JiSung lo miró asustado, lágrimas calientes corrían por su mejilla.

—Me duele mucho, mucho —sollozó JiSung, mientras su mano temblaba.

—Está bien, Sung. Yo te curo, siempre me lastimo, sé qué hacer —susurró JeongIn, sacando de su pequeña riñonera una cajita con curitas—. Solo es sangre, no dolerá si le doy otro besito.

—Ah... —murmuró Felix, observando cómo JeongIn se inclinaba a besar la manito de JiSung. El rubiecito enrrojeció, de repente alzando los brazos—. ¡Ah! ¿Saben qué quiere decir esto?

–¿Que JeongIn y JiSung morirán de tétanos? —preguntó SeungMin, dudoso.

—¡No! —Felix se levantó, apoyando sus brazos en jarra—. ¡Debemos hacer un pacto de sangre!

El rostro de Min se contrajo.

—¡Qué dices! ¡Eso no es de Dios! 

—¡Claro que es de Dios! Todos los domingos el padre bebe su sangre. La sangre es conexión y amor, hagamos un pacto.

HADO • HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora