Unidos por un mismo corazón (3)

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     —Odio esa etiqueta, mi nombre es Izagi —dice con determinación el muchacho retirando su arma del cuerpo de su contrincante.

     El tintineo metálico de la navaja mariposa se funde con el sordo estruendo del cuerpo de Ed al caer al suelo, derrotado. Izagi, sin titubear, recoge su espada y comienza a caminar, dejando tras de sí una estela de sangre y muerte. Afuera del callejón, Vincent lo observa con una sonrisa.

     —¿Aún te aferras a ese ridículo seudónimo? —inquiere el joven— ¿Por qué no usas el nombre que nuestros padres nos dieron?

     —Olvidé aquel nombre el día en que intentaron acabar con nosotros —replica Izagi, con un tono frío e indiferente.

     —¿Crees que negar el pasado es necesario solo porque posees esta habilidad? —prosigue Wallace.

     —¿Habilidad? —interroga Izagi, frunciendo el ceño— más bien, una maldición. Una que nos acompañará por siempre.

     —Quizás tengas razón, pero ya es tarde y deseo ir a descansar. Mejor entra y vámonos pronto, pues si alguien de UNO nos descubre, seremos condenados a muerte.

     —Tranquilo, ya entro —contesta su contraparte, limpiando su espada contra el pantalón— deja de sermonearme, pareces mi madre.

     En ese instante, la figura de Izagi se desvanece entre la lluvia. Antes de desaparecer por completo, su voz resuena.

     —Recuerda, siempre estaré contigo. Soy una parte vital de tu vida que no puedes negar.

     Ya solo, Vincent recoge el rompevientos y las botas militares que reposan en el suelo. Los diploides, al desvanecerse, dejan las prendas que portan y que sus contrapartes no llevan.

     Wallace guarda está en una mochila que ocultó y después contempla el escenario que ha dejado a sus espaldas. Con tristeza, observa los cadáveres de los cinco jóvenes que cayeron en una de las trampas de Izagi, llevándolos inexorablemente a la muerte. Se permite examinar a cada uno de ellos detenidamente, lamentando que hubieran cruzado su camino. Al fin y al cabo, no era su culpa haberse convertido en lo que eran. Todo era culpa del desquiciado sistema que los había acorralado y que los había empujado a transitar por el camino más trágico: el de la violencia.

     Después de observar los alrededores durante unos minutos, Vincent regresa a casa, esperando que lo que acaba de experimentar fuese un mal sueño y que, al día siguiente las imágenes y los recuerdos que ha vivido, se desvanecieran como lo ha hecho Izagi al incorporarse a él. 

     Al volver al centro de la ciudad, Vincent nota cómo las únicas criaturas que aún deambulan por las calles son las ratas, buscando algo de comida entre los botes de basura. Deteniéndose para observar su propio reflejo en los cristales rotos de una ventana cercana, el joven detalla sus facciones: ojos color avellana, su pequeña nariz y el cabello lacio que ahora cae en su rostro. Al apartar este, nota que las magulladuras y cortes que había sufrido por los golpes de Ed y su grupo han desaparecido, así como los dientes que había perdido ahora han vuelto a su lugar.

     —Tal vez Izagi tenga razón, después de todo, esto es una maldición.

     Vincent se coloca la capucha de su saco de manga corta y continúa caminando, sumido en sus pensamientos.

     «Desde que tengo memoria, he tenido que cargar con esta "habilidad". No sé cómo ni por qué llegó a mí, pero gracias a ella, he tenido que vivir solo, huyendo de los demás y de mí mismo. Trato de encontrar respuestas, ya que la Octava Revolución no solo cambió la forma de vida de las personas, también cambió a muchos de nosotros, quitándonos nuestra humanidad. Ahora somos cazados como animales, ocultándonos de la sociedad que, a través de UNO, nos juzga y extermina por el terror que generamos».

Diploide (Volumen 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora