Encandilado ante aquel viril fulgor que aquella mujer cortejaba en el, al hacerle sentir lo bienaventurados que eran sus ojos al tener la dicha y gracia de poder admirarla bajo la incandescencia de la luna, se obsesionaba constantemente en arremeter...
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Sencillo, era en ella.
Se cuestionaba a sí mismo el porqué, de la situación en la que se encontraban.
Aseguraba, que esto era para dar una apertura a una nueva batalla en la jerarquía lunar, ya que con anterioridad escucho sobre el poco progreso que presentaron las lunas en esta década. Por ende dio lógica que Muzan-sama deseaba que alguno de los 2 fueran absorbido. Tenia el suficiente conocimiento como para entender el contraste del propio par y solo necesitaba que alguno desafíe al otro. Para al fin tener un ganador entre la batalla que ambos abordaban.
Al ser del mismo rango, no podían lastimarse mutuamente, debían convocar una batalla si así lo deseaban, no podían herirse.
Eso era tan molesto para el...
Setenta y cinco años con exactitud habían pasado desde que aquella batalla que se había dado por la lucha del puesto cuatro en las lunas superiores, donde se había dado por primera vez a ambos combatientes la victoria.
Ambos lo recordaban a la perfección, la fortaleza movía como siempre regularmente sus plataformas sin tener ningún punto fijo para ninguna, y junto con ellas creaban un espectáculo benevolente de luces que aturdian por su constante y desesperado movimiento. En medio de la arena estaban ambos, frente a frente analizando las características del otro, estáticos esperando por cual sería el siguiente ataque. La tensión irradiaba el lugar a flor de piel, contusionando hasta el más mínimo acomodo que se podía generar, sus rostros daban evidencia de sus emociones siendo que ambos estaban tensos, uno por miedo y otro por concentración.
Sus clones en señal de auxilio ya lo habían convocado a el, la forma final de la superior número cuatro y frente a ella un demonio que todavía tenía en los ojos el denominante cinco, que estaba dispuesta a luchar por el siguiente dígito.
No olvidaría el día de su mayor indignación.
Veía como su cabello bailaba al compás que le presentaba la tempestad constante y sus ojos presentaban un gran nivel analítico, viéndolo a el. Gran parte del cuerpo tuyo se estaba regenerando a alta velocidad. Mientras que los látigos que brotaban de tus antebrazos se relajaban dejándote descubierta. Mientras recuperabas fuerzas.
Y en una reacción rápida, sus tambores resonaron en la amplitud de la fortaleza, atacandola con un dragón de coraza de madera, que se lanzó con brusquedad imponente, siendo esquivado al final cortado con el mismo látigo borgoña a la mitad cayendo al suelo. Y sin esperarse devuelta, siete dragones más se abalanzaron hacia ella. La dicha se paró de puntillas resaltando las zapatillas que tenía, y ahí empezó su ataque que a la vista se asemejaba a una danza. Danza la cual era de por si hipnotizante, pese a ello no era delicada los azotes que daban los gauchos eran lo suficientemente fuertes para destrozar la madera y constantemente cambiaba de ataques para no hacerlos predecibles, más la velocidad también fue un factor importante para denegar su delicadeza.
