Capítulo 9.

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Tom Kaulitz.

Al momento de volver a nuestro querido Chicago la despedida dura más de lo que alguna vez he esperado, la abuela se empeña en dedicarnos sus palabras personales a cada uno, y ha quedado encantada con Eloise, puedo pensar que es por su actitud británica la que la hipnotizo, Eloise ha estado siendo tan educada con ella, escuchándola y opinando educadamente de lo que se le comentaba, olvide mencionar que el abuelo tenía su encanto británico. Cuando finalmente ha terminado de hablar con Eloise ella me mira con una gran sonrisa que nunca había visto antes, era tal el éxtasis de felicidad en su cara que las famosas Patas de gallo” se dibujaban en el costado del parpado, y sus hoyuelos se marcaban, sus ojos de un azul cristalino brillaban nostálgicamente, sin poder si quiera pensarlo ella me toma del brazo y me funde en un interminable abrazo mientras susurra en mi oído una manara de palabras.

—No la dejes escapar, muchacho, es una muñeca especial. He visto como la miras, y como te mira ella a ti, déjame decirte que eso es único. Me recuerdo a mí de adolescente con tu abuelo. No apresures las cosas, si algo tiene que pasar pasara, Dios sabe lo que hace, pero mantenla cerca. Y no tomes en cuenta a tu padre.

Me quedo estático mientras ella pronuncia esas palabras, a mi abuela no le han agradado gran parte de mujeres que he presentado en toda la extensión de la palabra novia,  siempre ha dicho que no eran las indicadas, y no se molestaba en ser amable con ellas, en cambio con Eloise, quién es no más que una amiga de pocos días se arriesga a poner las manos en el fuego al decir que es la indicada, y lo más extraño, es que yo también lo siento así.

Cuando finalmente me desarma de su agarre va hacia Eloise y dice algo hacia ella, quien, siendo irremediablemente Eloise, se sonroja. Me pregunto qué le ha dicho, pero ni en un milenio Eloise me lo diría.

Y por fin, nos montamos en la furgoneta de Bill, obviamente mi padre al mando, no quiere arriesgarse a que alguno de nosotros haga una mal maniobra al querer sobrepasar a algún camión de mercadería y todo termine en una gran tragedia, claro que no somos tan estúpidos como para sobrepasar a alguien pasándose al carril en sentido contrario sin antes chequear de que ningún móvil este aproximándose, pero el ignora el hecho de que llevamos más de cinco años sabiendo manejar. Sin renegar, porque no quiero conducir, me siento en el último par de asientos junto a Eloise como anteriormente hicimos. Juzgando que el sol esta sobre nuestras cabezas debo pensar que es mediodía y no hay modo de que Eloise duerma nuevamente sobre mi hombro por mucho que quisiera. Por lo que aprovecho el tiempo para conocernos mutuamente, mi mente nuevamente trae el recuerdo de que no se más que cosas puramente superficiales, algo útil en determinadas ocasiones como esta, gracias a mis conocimientos superficiales puedo decir que se encuentra entre el enojo y la intimidación por como su ceño se frunce cuando le hago preguntas y cruza sus brazos, el gesto del cierre personal, yo no quiero que se cierre, no conmigo. Poco a poco tomo su mano y la saco de su cárcel contra su antebrazo.

—Vamos Eloise, juguemos a algo. —le propongo, yo sé que ella ama los juegos, es como una pequeña niña de cinco años con su cabello en una coleta sobre su cabeza. Tiene un aire tan angelical, tan infantil, que dude que se niegue, por lo menos hasta que sepa de qué trata el juego.

—Bueno, ¿Cómo es? —pregunta. Ha mordido el anzuelo. Ahora no me puedo echar atrás.

—Se llama 20 preguntas y como ya has aceptado no te puedes negar. —Su sonrisa tiembla y se va desarmando de a poco.

—Que sean cinco. —maldigo. Ella sabe que si son cinco tengo menos oportunidades de entrometerme en su pasado. La chica lo tiene claro.

—Diez. —negocio con ella.

Pero ella insiste.

—Cinco o nada. —no hay más que decir. Cinco serán entonces.

—Bueno, cinco. —acepto a regañadientes. No se supone que sean así como funcionan las cosas.

Prohibida | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora