Eloise Jones.
Sonreí ante la suposición de mi tía. Nunca había imaginado a Tom de esa forma, no de la manera en que algunas chicas lo hacen del chico que les gusta –porque sí, Tom definitivamente me gustaba–, nunca había imaginado como sería mi futuro, algún día casándome con Tom y teniendo dos hijos como siempre lo había deseado, un niño y una niña con un nombre americano, ingles definitivamente no, había tenía mucho inglés para toda mi vida y apenas tengo dieciocho. Así que elegiría dos nombres americanos con un gran significado por detrás y viviría feliz.
Por primera vez, la imagen de Tom y yo casados vino a mi mente. Yo estaba cocinando en una cocina moderna de mi casa soñada, mientras oía las historias que me contaban mis dos pequeños hijos. Tal y como yo siempre había querido, una niña de pelo castaño y unos ojos grises con pequeñas manchas de café y un niño con el pelo negro y unos ojos chocolate profundos. Sonreía a mis hijos mientras cortaba una cebolla en pequeños trozos. Era simplemente fascinante. En mi ensoñación se escucharon unos pasos por las escaleras y en el momento en que me gire pude ver colgado en la pared inmaculadamente blanca y retrato de nuestra noche de bodas. Por el arco que conectaba la cocina con la sala apareció un Tom más grande de lo que era ahora, la mandíbula era firme y cuadrada, cubierta de una barba, me devolvía una sonrisa de ensueño mientras se acercaba a mí. Entonces, cuando estuvo justo detrás mío beso mi mejilla en un gesto de lo más inocente y halago el buen aroma a comida que rondaba por la casa.
Miro mi celular que aún tenía en mano, solo habían pasado unos segundos desde el mensaje y yo me había creado una historia de ensueños con Tom. Guarde el celular en su lugar, justo en el bolsillo trasero de mis jeans.
—No —sonreí a mi tía— Solo un amigo. —y antes de que me de cuenta un suspiro involuntario sale de mi boca. Mi tía, en su papel de psicóloga licenciada me mira con una ceja arqueada y sonríe.
—Cuéntame sobre tu amigo —ella dice la palabra amigo como si no me haya creído nada de lo que dije, pero sorprendentemente no me importa.
—Se llama Tom, lo conocí cuando fui a Estados Unidos porque mi padre no podía llevarme a donde sea que haya ido. Es hijo de la familia que me acogió allí —dije y pare de hablar como si eso lo explicara todo.
—¿Y? —sabía a lo que se refería.
—Y enserio es solamente mi amigo —dije— Hablo enserio.
Tom Kaulitz.
Era verdad. Eloise se había ido.
Había tenido la esperanza de que luego de unos días se de cuenta de que había cometido un error y que volvería, que me diría que me había extrañado mucho y que sentía haberse ido.
Espere el primer día, pase el día pegado a mi celular esperando una llamada de ella o un mísero texto, entonces cuando me di cuenta de que ella se había olvidado totalmente de que había prometido enviarme un mensaje cuando llegue a Londres, tire mi celular contra la pared y cuando me recompuse y le envié un mensaje, quise que sepa cuán desconsiderada había sido al no haberme informado de que aún estaba viva, pero no lo hice.
Esa chica me tenía completamente dominado.
Espere al segundo día, ese día Stacy junto con Georg y Gustav se instalaron en mi casa y me hicieron compañía todo el día, disfrutando de las galletas caseras que había hecho mi madre.
Ese día no volvió.
Al tercer día estaba seguro de que ese sería el día, ese sería el día en el que Eloise volvería y estaríamos juntos el resto de nuestros días. Me asegure de que no tuviera ningún plan y estuve con el celular en mano esperando la llamada de Eloise para que me diga que está en el aeropuerto, si es que la podía ir a buscar, entonces yo agarraría mi chaqueta y saldría corriendo al aeropuerto –probablemente consiguiendo algunas multas–, pero eso no sucedió.
Y Eloise no volvió ese día tampoco. En cambio, había sobrevivido todo el tiempo con míseros mensajes de textos.
Ya habían pasado dos semanas enteras, un total de catorce días y demasiadas horas para contarlas y ella aún no había regresado a mis brazos, y sinceramente dudaba de que algún día vuelva. Quizás Estados Unidos no era demasiado bueno para ella, probablemente ella preferiría el frio, antiguo y fino continente de Europa.
Todo había vuelto a la normalidad en casa, era como si Eloise solo hubiera estado de visita unas cuantas horas en vez de casi un mes completo. Mi padre parecía feliz ya que yo no podía meter la pata con la hija de su jefe. Y mi madre se limitaba a nombrar a Eloise solo unas pocas veces. Todo parecía igual que antes de la llegada de Eloise, incluso la casa había perdido la vida que había adquirido con la estancia de Eloise.
Cuestión que había perdido las esperanzas como al sexto día, cuando Eloise envió un texto a mi teléfono celular contando su día, diciendo que había ido de compras con su tía, allí había encontrado una vieja amiga a la que no había visto hace años y su tía le había presentado un chico según ella buen mozo y educado. Definitivamente esa había sido mi señal para retroceder, me resigne. Ella sonaba feliz y había conocido y encontrado gente nueva, no tenía por qué volver.
Lo que antes habían sido diez textos en una hora, en este momento se habían reducido a unos tres por día. Eso era triste, pero a ella no parecía afectarle. Al final de cada día seguía contándome como había ido su día en una llamada que le hacía justo antes de que ella se fuera a dormir.
Y no sonaba demasiado triste.
Ella había rehecho su vida allí, así que este mismo día hable con mis amigos y ellos no pudieron evitar decir “ah, pues te acordaste de que tenías amigos”, por lo que me hizo sentir mal. Acepte ir al Double door luego de una carrera que había sido organizada por Samantha, no la conocía, pero había oído hablar sobre ella por mis amigos.
Entonces mi antigua vida estaba de vuelta.
Yo estaba de vuelta.
Y Eloise no regresaría, nunca más.
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Prohibida | tom kaulitz.
FanficEn la vida me han prohibido un millar de cosas, pero lo peor es cuando conoces al amor que potencialmente puede llegar a ser el de tu vida, y te lo prohíben. Lo prohibido es adicción, todo el mundo lo sabe. Novela adaptada.