Capítulo 29.

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Tom Kaulitz.

Londres nunca había sido un lugar al que planeaba viajar, me hubiera gustado viajar a Turquía o España, pero nunca había pensado que iba a pisar terreno londinense, supongo que la simple idea de ello me había parecido trillada, pero como todo lo demás en mi vida –incluyéndome a mí– Eloise lo cambio.

Londres tenía un clima templado, no era el calor de Los Ángeles o si quiera algo parecido, pero no helaba mis costillas como yo había pensado. Nuevamente me repito que debo de dejar de ver tantas películas situadas en Londres con paisajes nevados y un frio de muerte.

La puerta del café en la que me encontraba se abrió lentamente haciendo que una ráfaga de viento se estrellara contra mi columna vertebral y ocasionando que me sacuda por un escalofrió. Mire el café en la taza de porcelana encima de la mesa de roble en la que estaba sentado hacía varias horas ya, o así se sentían.

Había llegado a Londres luego de demasiadas horas en un avión, justo cuando el sol se empezaba a dejar ver entre toda la neblina de la mañana. Londres había estado congelado para ese entonces y yo apenas llevaba una chaqueta que había dejado fuera de la maleta esa misma mañana, ¿o había sido ayer? Otro tema era el cambio de horario con el que me encontraba totalmente confundido, cabe decir.

Luego había estado el Check-in, el cual me había tenido otras dos horas bajo la neblina y el viento de Londres, y obviamente no podía faltar la persona que no tenía ganas de vivir y se descargaba con el cliente extranjero que no tenía idea de nada de lo que sucedió allí, en este caso yo. Había perdido treinta minutos discutiendo con una señora de la mediana edad porque habían perdido mi equipaje, por suerte había llegado una joven, había hecho unas cuantas llamadas y mi equipaje había vuelto a mis manos en unos seis minutos.

Esto me recordaba a una película, una de esas películas en las que te partes de la risa por las desgracias del protagonista.

Puedo decir que no es demasiado cómico desde este punto de vista.

El viaje en avión había estado bien, pero al parecer Londres no me recibía con los brazos abiertos.

Lo estaba llevando bien, enserio lo estaba haciendo, aún me quedaba un largo día en el que tendría que recorrer Londres buscando a Eloise, pero ella lo valía. Eso sería difícil, pero estábamos en un pueblo, aquí todos se debían conocer y no me tendría que ser difícil encontrarla.

Bueno, eso había pensado.

Había tenido que esperar dos horas hasta que el pueblo despierte por fin, resulta que me encontraba en un pueblo perezoso y su día empezaba luego de las diez de la mañana. Eso había sido como una eternidad. Había estado mirando a las palomas por largo tiempo en una banca y con mi equipaje a mi lado. Cualquiera que me viera pensaría que solo soy alguien perdido, sin trabajo y que le gusta dormir en las plazas.

Cuando finalmente el pueblo despertó, me había dado el lujo de ir a una cafetería que estaba en frente de la plaza en la que había estado sentado dos largas horas mirando con lujuria los cupcakes que estaban posados en la vitrina, no podía recordar si quiera que era lo último que había comido.

Creo firmemente que había sido unas cuantas semillas en el avión.

La señora que me había atendido me había mirado de reojo cuando empuje la puerta de vidrio para que se abriera, cuando estuvo segura de que solo era un joven dispuesto a comprar uno de esos apetitosos cupcakes que estaban en la vitrina me sonrió. Me había servido unos cupcakes y había probado uno de los cafés más deliciosos del mundo. Ella había preguntado por qué mi cara, yo le había comentado sobre Eloise y que no sabía dónde se podía encontrar.

Prohibida | tom kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora