Capítulo 11

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Clavó las uñas en la palma de su mano. Llevaban más de treinta minutos de pie y ya estaba comenzando a exasperarse. Y lo peor es que a solo un puesto de distancia se encontraba Daniel, quien sentía que le observaba. Esperaba que la misa estuviese por terminar, ya que ser observada fijamente y estar de pie por largos ratos no era algo muy cómodo que digamos.

A la hora de arrodillarse para consagrar el pan y el vino una de las astillas de la banca comenzó a clavarse en sus rodillas desnudas, haciendo que apretara los labios ahogando un quejido. Pronto sintió un poco de sangre en su pierna.

Las astillas deberían de ser el verdadero enemigo del ser humano. El rezo del padre resonaba por los altavoces, pero a un ritmo terriblemente lento y lo decía ¿cantando?

A la hora de dar la paz la chica que estaba a su lado le dio una palmada en la espalda con labios apretados, una clara señal de que lo hacía por obligación.

─Sé que me odias no tienes que fingir que no, tu tranquila. ─la chica le dio una sonrisa de boca cerrada como respuesta.

***

Se escabulló entre las personas cuando la misa se dio por terminada, los flashes le cegaban. Ella no iba a tomarse ninguna foto grupal o con amigos, ya que no tenía amigos para compartir ese momento. Hasta sus compañeros de proyecto le ignoraron. Se dirigió a la salida y sintió como alguien ponía una mano a la mitad de su espalda.

─Vámonos de aquí. ─dijeron cerca de su oído y ella asintió.

Ambos caminaron sin un rumbo en particular, alejándose de la iglesia, el auto, las personas, de todo, Gerson dejándose guiar por Sofía en todo momento. Ella ni siquiera sabía a ciencia cierta a dónde le llevaban sus pies, hasta que estuvo a la entrada del enorme parque al que iba de niña.

─Aquí venía con mi papá todos los fines de semana. ─susurró pensativa.

─¿Entramos? ─no necesitó respuesta, ya que la pelirroja comenzó a moverse hacia la entrada.

Todo estaba tal y como lo recordaba. Altos árboles cubiertos de musgo se perdían en el cielo, una pequeña área para deportes, mesas para comer y una pequeña rampa de bicicletas que ahora yacía cubierta de musgo y le hacía lucir como un arbusto. Pasó la mano por una de las bancas. Estaba fría y con gotitas de agua debido a la lluvia temprana.

─Nunca había venido aquí. Es bastante agradable. Me recuerda a mi viejo hogar. ─ella no dijo nada y se dirigió a los juegos del parque. Miró el tobogán y los columpios, pero no era lo que le interesaba.

Cada paso que daba hacía que sus pies se hundieran en el barro y hojas secas, y cundo llegó al juego que quería se detuvo y se giró a ver al pelinegro.

─Subamos. ─dijo con una sonrisa.

─Creo que hacer esto es un peligro. Estás loca. ─comentó devolviéndole la sonrisa.

─Las locuras son lo que le dan sentido a vivir.

Se subió a uno de los extremos del sube y baja y le invitó con una mirada a que él ocupara el otro extremo.

─Está mojado el asiento.

─Usa tu mano para quitar el agua. ─le contestó ella con obviedad.

No Estamos Locos, Somos Más Que EsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora