Capítulo 23

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     Jueves, 17 de agosto del 2017.

      Para Sofía, si alguien le preguntara qué había aprendido de su padre, la respuesta sería “nada” a la vez que sería “todo”. Su padre le enseñó a andar en bicicleta, a atarse los zapatos, a seguir un rastro, a admirar los cuarzos transparentes que hallaban en el suelo y a jugar ajedrez; le enseñó a cazar, a coser y a freír un huevo para que tuviera la cocción perfecta. Esas eran algunas de las muchas cosas que su padre le había enseñado.

     No le enseñó a tener autocontrol, a confiar, a no sentirse inferior ni a tener suficiente fuerza de voluntad para poder luchar contra sus demonios. No le enseñó que no todos son malos y que estaba bien aceptar ayuda; tampoco le enseñó que aceptar que no estás bien no significa debilidad; tampoco que el llorar no era de débiles. Más bien le enseñó todo lo contrario.

     Ambos estaban sentados en el parque al que solían ir cuando ella era pequeña. Una niña corría por el lugar, las briznas de hierba crecida robaban sus piernas más no parecía importarle. Sofía sonrió al verla. La siguió con la vista un rato hasta que se aburrió.

     ─¿Recuerdas cuando tu estabas así chipilina? ─Sofía odiaba esa palabra. Lo miró y asintió.

     ─Sí, si me acuerdo.

     Y volvieron a sumirse en el silencio. Ese silencio que caracterizaba la relación de ambos. Solo se hablaban a veces, y de milagro la conversación no terminaba en gritos. Aunque ambos seguían teniendo la esperanza de que se llegarían a entender... En algún punto.

     Se levantaron y fueron hacia la salida. En una tienda cada uno se compró un paquete de maníes dulces y los comieron en silencio. Ocasionalmente se dirigían la palabra cuando veían algún pájaro o algo que les recordaba al pasado. No pelearon ni gritaron. Llegaron al departamento y cada quien se fue a su habitación. Fue un buen día.

***

     No existía duda del amor que sentía por su hermano. No tanto por su hermano menor, sino por su hermano mayor. Amaba verlo sonreír, le contaba historias y hacía manualidades de pasta y galletas con ella. Justo ahora Jana estaba haciendo un dibujo de ambos. Juntos en un picnic. Dibujó el sol en una esquina y rostros sonrientes en los muñequitos que se supone eran ella y su hermano. Apenas lo escuchó volver de la universidad corrió hacia él con la hoja en las manos.

     ─¡Ransom, mira! ─le mostró al rubio su hoja con orgullo. Él la tomó para observarla mejor.

     ─Somos tu y yo ─ladeó la cabeza, sus rizos se ladearon también─ ¿Y dónde está Jonas en este dibujo?

     ─A él no lo invitamos al picnic ─meneó la cabeza─. Él se portó mal ese día y no pudo ir.

     ─Oh, comprendo ¿Ya hiciste tu tarea?

     ─Me falta una. ─Ransom le preguntó si la ayudaba y ella asintió emocionada.

     Había sido un día largo, pero su amigo lo había traído a casa y se disponía a pasar un buen rato con Jana. Porque él se había prometido ser un buen hermano. Y siempre había cumplido su promesa. Además, le gustaba pasar tiempo con los gemelos, aunque Jana seguía gustándole más pasar tiempo con él que a Jonas, él ya estaba pasando más tiempo en casa de sus amigos y jugando videojuegos.

     ─¿Cómo te fue hoy en la universidad?

     ─Bien, nos recibieron con más parciales que habían quedado del semestre anterior, ya sabes lo desorganizados que son. Estuve bastante ocupado ─metió la mano en uno de sus bolsillos─, pero aún así alcancé a comprarte esto.

No Estamos Locos, Somos Más Que EsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora