5. PURO INSTINTO

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Sandra llegó a la casa de sus padres esa mañana y entró a la sala en donde el aroma a café se había escapado de la cocina. Caminó hacia allá, soltando sobre un sillón su bolso y sonrió al ver a sus padres conversando.

—Buenos días —los saludó cansada y escuchó unos pasos apresurados bajando la escalera.

—Hola, mi amor. Qué bueno que llegaste —dijo su papá.

—¿Cómo te fué? —preguntó Beth, su madre.

—Bien, mamá —miró a Eric, quien sin preguntar le entregó a su bebé de ocho meses.

—¡Se me hace tarde y Jacob se hizo otra vez en el pañal! —dijo apurado, terminando de arreglar su ropa.

Sandra miró a su sobrino el cual tenía abrazado y le regaló una sonrisa.

—Hola, mi amorcito —susurró besándole la sien—, mira al loco de tu papá. ¿A poco no es el policía más tonto que hayas visto?

—¡Sandra! —replicó Beth con suavidad, viendo a su marido ponerse de pie para tomar a su nieto de brazos de la enfermera.

—Mamá, apenas son las siete —respondió ella.

—Es cierto —dijo Marty Webber—. ¿Que no entras hasta tarde?

Eric se quedó pensativo alisando su camisa azul marino con la placa brillante en el pecho.

—¿No es lunes hoy?

—No, mi amor, acaba de amanecer. Es domingo y cambias de turno el martes —explicó Beth.

Eric se quedó cavilando un instante sus palabras.

—De veras —susurró entendiendo las palabras de su hermana.

Sandra sonrió, le quitó al bebé a Marty y se lo fue a entregar a su padre—. Anda, tienes tiempo de limpiar muy bien a tu hijo. Porque yo me voy a dormir.

Adam, su madre y su hermana, decidieron que harían lo posible para trasladar a Steve a Pittsburgh y comenzaron a hacer los trámites; sin embargo, las palabras de Linda habían hecho eco en su mente.

—¿Qué estabas soñando? —le preguntó a su hermano cuando despertó.

Steve cerró los ojos con fuerza.

—Una mujer sin rostro, pequeña, me agredía —dijo débil aún.

—¿Qué más? —inquirió cuando pausó.

—Decía que me odiaba y que quería matarme por lo que le hice. Estaba furiosa.

Adam sabía a quién se refería y no podía creerlo.

—¿Sabes quién es?

—No...

Ramón Ocaña, el médico que atendía a Steve marcó el número telefónico de Sandra. Tenía que avisarle lo que ocurría. Ese fue el favor que ella le pidió cuando no soportó estar al lado de ese hombre que la traicionó.

—Buenas tardes, señora —la saludó después de unos minutos de espera—. Llamo para darle noticias del doctor Fenway.

Sandra se puso tensa al escucharlo.

—¿Está amnésico? —repitió sin poderlo creer, al conocer su situación.

—Lamentablemente, así es.

—No puede ser —dijo la chica poniéndose una mano en la frente. No podía tener peor suerte desde que lo conoció.

—Así son las cosas —dijo Ocaña y la escuchó resoplar con enfado—. ¿Ocurre algo, señora?

ENEMIGO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora