14. ARREPENTIDA

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Sandra sintió el peso de su cuerpo, aplastándola en la cama. Estaba sin camisa, presionando su pecho mientras ella le rodeaba el cuello con la boca fundida en la suya. Sentía su piel dura meciéndose al ritmo de sus labios. Lo escuchaba jadear y musitar en su oído lo mucho que deseaba poseerla, lo mucho que había deseado tenerla.

Sandra pensaba en Adam, lo sentía como si fuera él, solo así podía seguir adelante. Solo así su cuerpo podía responder.

La despojó del uniforme con lentitud, comenzó a besarle el estómago con intención de bajar entre sus muslos, pero lo detuvo.

—No, Steve... —apretó las piernas y se apartó.

—Mi amor, déjame convencerte. No quiero amanecer sin saber que eres mía. Se que no estoy haciendo lo correcto, pero me vuelve loco la idea de sentir que estamos tan lejos.

—Es que no es fácil... tengo miedo...

—Sandra —se sentaron uno al lado del otro. Le tomó las manos y se las besó—. Olvídate de todo, dame una oportunidad, solo por esta noche.

Volvió a besarla sin que lo apartara. En cada caricia que siguió se aferró al deseo que sentía por su cuñado. Había una mezcla de pasión y culpa.

Cuando el cuerpo desnudo de Steve se movió sobre ella, titubeó, mas se había prometido darle una oportunidad y se abrió anhelante de que todo mejoraría. Debía olvidarse de Adam, debía dejar de sentirlo en el cuerpo de su marido.

Jadeo cohibida, seguía sin relajarse del todo cuando sus cuerpos se unieron por más que él hizo para estimularla.

Era de madrugada aun cuando Sandra despertó y se encontró en brazos de Steve. El alcohol había bajado un poco, pero el remordimiento empezó a invadirla.

Dios mío qué pasó, se preguntó y notó la desnudez de sus cuerpos. Se levantó con cuidado y caminó al baño. Se miró en el espejo y notó el temblor que la invadía. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Tiempo actual...

—Nunca lo amaste, solo querías estabilidad —dijo Adam volviéndola al presente.

—Tú no estuviste en mi cama para darte cuenta de que disfruté mucho lo que nos deseábamos.

El hombre sonrió con desgano.

—Oh sí —se burló.

—¿Eso es lo que le duele a tu ego? —lo provocó.

—Ya no importa. Ahora sé que fui afortunado al no quedarme contigo —la miró con desprecio.

—No fuiste muy convincente con Linda, ¿verdad? —reviró su veneno.

—Eso no lo sabrás —sonrió, sin ganas.

—Perdiste tu tiempo.

—Estamos iguales, cuñada. Aunque tú perdiste más —la confundió—. Perdiste la dignidad, el amor propio, mi interés y...

—¡Deja de ofenderme!

—No estoy diciendo mentiras y en cuanto a ofenderte, ya lo harán los que te conocen si no te haces responsable de cuidar a tu esposo enfermo.

—¡Todos saben que se fue con Linda!

—¡Es tu deber legalmente! Aprovecha la oportunidad. Irás a vivir a una hermosa casa llena de jardines, una enorme alberca y estarás rodeada de lujo.

—¿De qué hablas?

—Vivirás en una bellísima casa de campo.

—¿Y si me niego? —inquirió decidida a no dejarse humillar más.

ENEMIGO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora