ENEMIGO SECRETO

16. ERRORES

Sandra se soltó de sus manos y lo manoteó un par de veces antes de empezar a llorar con rabia.

—¡No debiste hablarle así a Steve! —dijo Adam provocando que enfureciera todavía más.

—¡De seguro esa maldita bruja les metió la idea! —exclamó y la manera en que la miró confirmó su duda—. ¿¡Eso pasó,verdad!? ¡Linda comenzó el rumor de que yo lastimé a Steve! —se pasó las manos por el cabello—. ¡Vieja perra!

—Steve me contó que tuvo una fuerte discusión contigo, que pelearon.

—¿Y cómo esperabas que reaccionara al descubrirlo saliendo de un hotel con Linda, después de que me hizo su mujer? —confesó cómo misteriosamente recibió un mensaje indicando la dirección de donde se hallaba su esposo.

—Si no lo amabas, creo que exageraste.

—¡A Steve no lo amaba, pero sí a mi dignidad!

—¿Por eso lo agrediste?

—¡No hice tal cosa! ¡Yo regresé al departamento y recogí mis cosas para dejarlo!

Adam quiso creer que así sucedieron realmente las cosas, pero debía ponerse del lado de su hermano hasta que él mismo corroborara la historia que Sandra contaba.

—Steve dijo algo de un dinero —recordó vagamente.

—¡Infeliz! ¡Quiso pagarme por el tiempo que vivimos juntos como si yo fuera una mujerzuela!

—Hay un seguro de vida a tu nombre.

—¡Claro que no!

—Steve puso un dinero a tu nombre —insistió Adam viéndola cada vez más alterada.

—¡No, no fue así! Ni siquiera pagaba mis gastos.

—¿No?

—No, Adam. Lo único que me ataba a Steve era un papel firmado ante Elvis Presley. Y qué estupidez... ¿cómo pude caer tan bajo?

—Estabas ansiosa por deshacerte de mí cuando un simple "no" hubiera sido suficiente.

Sandra lo miró. Se secó las lágrimas con los dedos y odió que luciera más atractivo que nunca.

—No es cierto, nunca le hiciste caso a mi boca y siempre supiste que...

—¿Qué? —inquirió volviendo a sentir aquella intimidad que tuvieron.

—Si me hubieras presionado un poco más habría caído. Para fortuna mía viajabas mucho constantemente y nunca tuviste esa oportunidad.

—Nunca quise tu amor por la fuerza, aunque sé que si pude ser capaz de hacerlo asi —señaló, oscureciendo momentáneamente su expresión.

—No, tú nunca me habrías obligado —dijo Sandra— y yo fui tan tonta —se lamentó volviendo a sentirse enfadada, pero consigo misma.

—Ahora no tiene caso reprocharse nada. Solo debes calmarte. No quiero ver a Steve alterado, no es bueno para su salud.

—Su salud —murmuró despectiva— ¿y la mía que? —inquirió y Adam pudo ver sus manos temblorosas—. ¿Cómo puedes ser cómplice de Steve solo porque está enfermo?

—Lo dirás por Lin...

—Si, y por ti...

—No creas que me encanta la idea de verla todos los días. Lo hago por la tranquilidad de mi hermano. Y si estoy de su parte es porque me necesita.

—Claro —dijo irónica—. Entonces esa barriga de donde salio. ¿También en eso lo apoyaste?

—¡No, no, no! Esa no la provoqué yo.