1. INOLVIDABLE

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Guatemala...

—Bienvenido a la vida doctor Fenway —dijo el médico guatemalteco con una sonrisa. Pero su paciente estaba demasiado débil para responder—. Le anuncio que acaba de despertar de un coma de ocho semanas —siguió hablando mientras la enfermera terminaba de cambiarle el suero, su esposa ha sido una mujer admirable al permanecer aquí día y noche desde que llegó.

El hombre en cama no entendía de qué le hablaba, de pronto el llanto de una mujer atrajo su atención de la esquina del cuarto vio emerger a una criatura celestial.

—Dios mío, Steve —sollozó, acercando su delgada figura rubia hacia él—. Creí que te había perdido, mi amor. —Sus lágrimas enrojecieron los ojos azules. Tomó una mano del debilitado enfermo y se la llevó a los labios.

—Doctor —musitó la enfermera, una morena de treinta años.

—Sí, ya salgo —respondió el doctor a su gesto.

—Doctor Ocaña —dijo la llorosa enamorada, cuyos ojos no ocultaban la alegría de ver al hombre recuperándose—, ¿puedo quedarme unos minutos con Steve?

—Señora... —musitó inseguro.

—Doctora —lo corrigió—. Doctora Miller. Linda Miller.

—Doctora Miller, entonces comprenderá que el paciente necesita reposo.

—Entiendame usted a mí, por favor. Creí que lo iba a perder —retomó el llanto—. Además, Steve y yo nos amamos.

El médico frunció el ceño.

—Pero afuera está su...

—Su familia comprende quién soy y qué hago aquí, especialmente la señora Fenway.

—Ella tiene prioridad.

—Le aseguro que Steve prefiere quedarse conmigo.

El doctor Ocaña resopló.

—Solo dos minutos —respondió, poco convencido, y salió del cuarto con la enfermera.

—Gracias —dijo, viéndolo marcharse. Sonrió satisfecha.

A solas con la hermosa Linda, Steve observó con calma a la mujer de treinta y cuatro años. Le parecía muy atractiva y aparentemente lo adoraba, pues sus ojos destilaban ternura. Sin embargo, se sentía inquieto.

—Steve —musitó Linda, inclinándose a besarlo, mas el hombre volvió el rostro hacia un lado.

—¿Quién es usted? —preguntó con dificultad.

—Mi vida, ¿qué dices?

—No la conozco —agregó cansado.

—¡Steve! Soy Linda, tu mujer.

Steve frunció el ceño.

—No me acuerdo, no recuerdo nada.

—¡Oh Dios! —exclamó asustada y se apartó de él—. Debo llamar al doctor.

Steve la miró salir y escuchar lo que le dijo al médico. Tenía una expresión de creciente ansiedad mientras se preguntaba: ¿Qué accidente tuvo? ¿Por qué estaba hospitalizado? ¿Quién era?

Pittsburgh, Pennsylvania

—Vamos, Kelly, eres una mujer joven, bella y tienes dos espantosos engendros que nadie querrá cuidar si te pasa algo —dijo Sandra Webber a la esposa del doctor Rogers, el director del hospital Saint Charles, donde trabajaba como enfermera.

La ebria madre de los gemelos se dejó levantar por la chica de un metro sesenta y cuatro de estatura. Con dificultad pudo mirar a la joven directamente a la cara, pues todo le pesaba.

ENEMIGO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora