Nuestra cena se convierte en humo

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Andy

La noticia del incidente del baño se esparció como la pólvora. Ahora en cualquier lugar por el que camináramos, los campistas nos señalaban y murmurando algo acerca de aguas residuales. O quizás señalaban a Annabeth, que todavía estaba mojada.

Ella nos mostró otros lugares: la herrería (donde los niños hacían sus propias espadas), la sala de artes y oficios (donde los sátiros lanzaban chorros de arena a una estatua gigante de un sátiro) y el muro de escalar, que consistía en dos paredes cara a cara que se sacudían con violencia, había rocas que caían, la lava que se esparcía y todo chocaba lo uno con lo otro si no llegabas lo suficientemente rápido a la cima.

Finalmente regresamos al lago, donde recorrimos un camino que conducía de regreso a las cabañas.

-Tengo entrenamiento-dijo Annabeth-La cena es a las siete y treinta. Solo tienen que seguir a su cabaña por el pasillo hasta el comedor.

-Annabeth lo siento por lo del baño-dijo Perce.

-Como sea.

-No fue nuestra culpa-dije, no como una disculpa, sino como una afirmación.

Ella me miró con escepticismo y me di cuenta de que ella si nos culpaba. Es decir, habíamos hecho explotar el agua los inodoros y de las duchas del baño, sí. Pero no sabíamos cómo, no teníamos control de eso. Simplemente habían respondido a nuestro llamado.

-Necesitan consultar al Oráculo-dijo ella.

- ¿Quién? -dijimos.

-No quien. Que. El Oráculo. Le preguntaré a Quirón.

Percy y yo nos quedamos mirando el lago, ¿Cuándo alguien nos daría una respuesta directa, aunque sea solo por una vez?

No esperaba que nadie estuviera cerca, mirándonos, así que mi corazón di un vuelco cuando vi a dos chicas adolescentes con las piernas cruzadas en la base del muelle, a unos veinte metros más abajo. Usaban jeans azules y camisetas verdes brillantes, y su cabello castaño flotaba alrededor de sus hombros, mientras unos pececillos entraban y salían. Ellas nos sonrieron y saludaron como si fuéramos viejos amigos.

Y mi hermanito como un idiota les devolvió el saludo.

-No las alientes-dijo Annabeth, antes de que yo pudiera tener unas palabras con esas chicas-Las náyades son terribles como novias.

-Náyades-repetimos, sin poder creerlo. Náyades, sátiros, dioses ¿Qué sigue, un chico que lanza bolas de fuego?

-Eso es todo, nos vamos a casa-dijo Percy, me agarro la mano y yo asentí.

Annabeth frunció el ceño.

- ¿No lo entienden? Están en casa. Este es el único lugar seguro en toda la tierra para chicos como nosotros.

- ¿Para niños con trastornos mentales? -pregunté.

-Para niños no humanos. No completamente. Medio humanos.

- ¿Medio humanos y medio qué? -preguntó Percy irritado.

-Creo que ya lo saben.

No quería admitirlo, pero ya lo sabía. Sentí un hormigueo en mis extremidades, como cuando mi madre hablaba de mi papá.

-Dios-dijimos al unisonó-Mitad dios.

Annabeth asintió.

-Su padre no está muerto. Es uno de los olímpicos.

-Es una locura-exclamó Perce.

- ¿Lo es? ¿Qué era lo más común que hacían los dioses en las viejas historias? Bajaban a la tierra, se enamoraban de humanos y tenía hijos con ellos ¿Crees que han cambiado sus hábitos en los últimos milenios?

Los Gemelos Jackson y el ladrón del rayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora