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|16| Tormenta 🌩

Luk

Mientras terminaba de recoger unas cuantas cosas para salir del aula, ya era la única que quedaba, entró Anna. Me tomó del brazo con cierta fuerza para apartarme de mi mochila y me obligó a girarme para mirarla. Con delicadeza, aparté sus dedos de mi piel. Dejó caer su mano, tensa.

No sonreía.

- ¿Qué pasó?

- Sam pasó.

Fruncí el ceño.

- ¿Qué?

- Se ha conseguido nuevo novio.

Fue un instante. Uno tan pequeño que es como si no hubiese sucedido, en el que me quedé en blanco y no supe que decir. Y entonces sus palabras hicieron click en mi cabeza y me recompuse de la sorpresa inicial de la noticia. Me encogí de hombros con simpleza, como quitandole importancia al asunto. Sam siempre tenía novio nuevo, así que el que ahora tuviese otro no significaba nada. Cambiaba de pareja más rápido que yo de libro favorito.

- ¿Y? - pregunté, sin entender por dónde iba el mal humor de Anna.

Retrocedió y se pasó una mano por el pelo rubio para apartarselo del hombro. Sus ojos verdes relucian peligrosamente.

- ¿Cómo que "¿y?"? Que seguro le vuelven a romper el corazón.

- Es su decisión, ¿no?

Vaciló.

- Pues... sí. Pero tampoco le haría daño, no sé, quizá pensar un poco mejor con que clase de personas tiene algo.

- Anna - suspiré, volviendo a retomar lo que había estado haciendo antes de que ella llegara. Guardé una libreta antes de continuar -, ¿qué más da? Ella sabe lo que hace.

- Pero...

- Además - razoné, mirándola por encima del hombro con los ojos entornados -, ¿por qué te importa tanto?

- Porque es mi amiga... nuestra amiga - se corrigió de inmediato al ver como alcé una ceja -. No quiero que vuelva a encontrarse con otro imbécil que le haga daño.

- Anna...

- Sabes mejor que nadie como es ella.

- Otra vez con lo mismo... Sam sabe lo que hace - la defendí.

Y yo tenía razón. Samantha no era tonta ni tampoco una ilusa que creyera en todos los descerebrados que se le cruzaran por enfrente. Si cambiaba tanto de novio era porque con ningún encontraba lo que ella llamaba "chispa". Quizá podía durar máximo dos o tres días dolida, porque había personas con las que se emocionaba de más, pero luego se le pasaba. Y Anna y yo no podíamos meternos en eso. Al menos no mucho.

Cerré la mochila, me la colgué del hombro y me giré para observarla. Ella también me miraba, pero al contrario de mí, que lo hacía con cansancio, Anna parecía querer traspasarme. La irritación ya era notoria en sus delicados rasgos, aunque se estaba esforzando por aparentar su tranquilidad de siempre. De golpe me arrepentí de haber ido tan lejos.

- Hablando de imbéciles, ya me he enterado con quien estas entrenando, ¿sabes?

Noté un sabor amargo en la lengua.

Me mordí el labio inferior con fuerza, siendo muy consiente de que nada bueno se aproximaba. Más porque Samantha no estaba ahí para hacerle de intermediaria entre nosotras. No es que discutieramos a menudo, sino que a veces no teníamos mucho control. Mi personalidad y la de Anna... no eran las mayores fans de la otra.

Cuando el mundo caigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora