|28|

25 8 23
                                    

|28|

Lander

Para el viernes mi padre ya se había enterado de que Luk había faltado el lunes, miércoles y jueves, y decidió llevarla al bachillerato en persona. Ya tenía más de cinco retardos acumulados de clases a las que llegaba tarde y dos materias en donde le advirtieron que iban a reprobarla si seguía así, y la directora habló con papá.

Mamá estaba molesta esa noche.

Mi hermana no bajó a cenar y mis padres discutieron, aunque bajaban la voz para no asustar a Miles, que miraba dibujos animados en el televisor sin ser especialmente consiente de su alrededor.

El sábado Ai se volvió a encerrar todo el día y el domingo yo me colé en su habitación sin darle muchas vueltas, pero no estaba. Con temor de que se hubiese vuelto a escapar, abrí la puerta del baño.

Suspiré de alivio al verla. Aunque pronto las lágrimas se amontonaron en mis ojos.

Estaba echa un ovillo junto al inodoro. Se abrazaba a sí misma y tenía los ojos abiertos, hinchados y rojos. Caí de rodillas a su lado y tomé su rostro entre mis manos.

- ¿Luk? ¡¿LUK?!

Me miró con los ojos entrecerrados y se mordió el labio.

Con una calma que no tenía me recordé que ya habíamos vivido esto. Que sabía que hacer.

- Vamos a la cama - murmuré -. ¿Puedes ponerte de pie?

Lo intentó con desánimo apoyando las palmas de las manos sobre el frío piso, pero se le doblaron los codos. Se abrazó a sí misma y se le llenaron los ojos de lágrimas.

- No puedo, Lan.

Le pasé un brazo por la cintura y otro debajo de las rodillas. Al ser más delgada y pequeña que yo, la pude levantar con facilidad y la llevé a la cama.

La dejé sobre el colchón y la cubrí con una manta de lana que encontré a los pies de la cama. Se hizo bolita y yo sentí el corazón echo trizas. El cabello rubio, desordenado y con algunos nudos, parecía una cascada a su alrededor y las pecas en sus mejillas se miraban más intensas que nunca.

Me senté en la orilla de la cama y aparté un mechón de cabello de sus ojos.

- ¿Lander?

Tenía la voz ronca.

Pareció que iba a decir algo, pero me adelanté.

- ¿Tienes hambre?

Negó.

- Vuelve a dormir.

Se apartó y me hizo un lugar, de modo que me recosté a su lado. Quedamos cara a cara y una lágrima silenciosa se deslizó por mi mejilla sin que pudiera evitarlo.

La garganta me dolía.

Me dolía ver a mi hermana hundirse de esta forma.

Ainara la limpió con las pocas fuerzas que tenía.

- No seas ridícula.

Pero su voz sonaba aún más triste.

- Deja de ser tan patética, entonces.

- Te quiero, Lan.

Quise sonreír. Una Ainara consiente nunca me hubiera dicho eso.

- Yo igual. Ahora duerme.

No volvió a salir de su cama en todo cuatro días 

.
.
.
.
.
.
.
.
.

Cuando el mundo caigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora