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CAPÍTULO DOS

❝COLISIÓN❞

Tras descender veinticuatro pisos en el ascensor, este finalmente despliega sus puertas

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Tras descender veinticuatro pisos en el ascensor, este finalmente despliega sus puertas. Con avidez me precipito hacia el exterior porque se me acababa el tiempo.


El corredor desborda majestuosidad, los colores blancos y dorados juegan un papel importante en la decoración.

Seis enormes candelabros cristalinos penden del techo extendiéndose en línea recta hacia el horizonte, cuyas luces emiten un intenso fulgor ambarino.

Paredes color perla y pisos revestidos por baldosas marmoladas.

Tengo dos minutos exactos para calzarme los patines, así que me pongo manos a la obra.

Tomo asiento sobre un diván de arce, posicionándome junto a una detallada escultura del dios apolo.

Me quito las bailarinas y las guardo en mi mochila, conozco el procedimiento de memoria, flexiono la pierna izquierda por encima a mi rodilla derecha.

Me calzo el primer patín y coloco la lengüeta dentro la bota, a continuación, hago lo mismo con el otro pie.

Ato las agujetas con fuerza, lo suficientemente ceñidas a mis pies para evitar resbalarme, ajusto las correas y las aseguro a través de las hebillas.

Por un ínfimo instante me pierdo en las luces neón que fulguran las ruedas de mis patines, encienden mis pupilas con destellos fluorescentes, desprenden una escala multicolor de luces, constituida por una mezcolanza de azules, rosas y violetas.

Finalmente, me incorporo con mucho cuidado, en un pasado caía de bruces solo por intentar levantarme con los patines puestos, pero gracias al paso de los años fui adquiriendo experiencia.

Todo dependía de la postura: Rodillas semi flexionadas alineadas con la punta de los patines, con la espalda levemente inclinada hacia adelante, las piernas separadas a la misma distancia de anchura que los hombros.

Cuando estoy lista avanzo, empujo con un pie y me deslizo con el otro, la amplitud del corredor me permite transformar mis zancadas en movimientos fluidos. Por un pequeño instante me siento libre, rodando sobre la vida y no a través de ella.

Tan pronto como salgo del edificio y el exterior me recibe percibo una calidez entrañable irradiando del ambiente, la brisa tibia roza mis pómulos y hace tiritar los mechones de mi flequillo.

Solo un siete de septiembre podría resguardar la perfecta mescolanza entre la incandescencia del verano y la frescura del otoño.

Asciendo el rostro hacia el firmamento nocturno, allá donde la luna creciente adquiere la forma de la sonrisa del gato de Cheshire, su frío esplendor plateado parece atenuarse ante las lumbres artificiales de la ciudad.

Sweet Winter [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora