Cuarto año de Raquel Weasley en Hogwarts. Volverá a reencontrarse con todos sus amigos y su actual novio y se encontraran con una gran sorpresa. Muchísimos nuevos sucesos les depararan, nuevos amigos, fiestas...
Todos los personajes salvo Raquel y L...
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Raquel estaba sentada en el borde de una ventana de sala común sola, acariciaba a Salem mientras leía el libro que Harry le había regalado por navidad.
Amaba poder ver las estrellas mientras leía, no se escuchaba ningún ruido más que el ronroneo de Salem y el sonido de las páginas al ser pasadas.
Los posits y anotaciones que había escrito el azabache hacían el libro más entretenido, y le gustaba ver las perspectivas y las opiniones de otra persona sobre lo que estaba leyendo. Le parecía tan bonito que Harry hubiera estado leyendo el libro mientras pensaba en ella para poder regalarselo luego.
En un momento de la noche escuchó una madera del suelo crujir, pero al mirar no había nadie, solo podría ser...
—¿Harry? —susurró la pelirroja cerrando el libro, Salem se había levantado y acercado a un punto de la sala donde empezó a maullar.
—Este gato es demasiado listo —se escuchó de la nada y justo después apareció la figura del azabache sujetando el huevo de oro en una mano, y la varita y el mapa del merodeador en la otra.
La pelirroja rió y se acercó dejando el libro en la ventana.
—A dónde te crees que vas Potter —dijo la pelirroja cruzándose de brazos con una media sonrisa.
—Bueno... —señaló con la cabeza el huevo.
—Genial, vamos —dijo la chica agarrando la capa del suelo y alzando el brazo para que Harry le diera el huevo.
—¿Vamos? —preguntó el pelinegro de forma burlona.
—Pues claro, no tengo sueño, así que te acompaño —dijo Raquel poniéndose la capa y agarrando a Harry del brazo para que entrara también. —deja que sujeto el huevo, te dirigenos.
Los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Harry se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar.
Cuando llegó a la estatua de Boris el Desconcertado, Harry localizó la puerta, se acercó a ella y susurró la contraseña:
—«Frescura de pino.»
La puerta chirrió al abrirse. Harry se deslizó por ella agarrando la mano de la pelirroja, echó el cerrojo después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitaron la capa invisible.
La sala estaba suavemente iluminada por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.