Capítulo 8 - ¡Déjanos en Paz!

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Los días pasaban sin mayor contratiempo en la isla, el dragón de Foolish tenía cada vez más avances y la torre de Vegetta estaba casi terminada, un alto muro la rodeaba ahora y los inicios de un zoológico se hacían cada vez más evidentes. La familia "perfecta" como les denominaban en la isla, se hallaba en casa, ordenando cofres por orden de papá Vegetta... A veces era muy quisquilloso con el orden y la limpieza en su casa, sus dos amores lo sabían muy bien, así que mejor obedecer a escuchar una reprimenda de horas sobre "La importancia de saber dónde está cada cosa que podría ser la diferencia entre vivir o morir".

—¿Papá, donde dejo las verrugas feas que huelen horrible?

—¡En la encimera de la cocina cariño, que esta tarde tengo que preparar pociones de regeneración y curación!— la voz del elfo resonó desde la sala de máquinas, donde se hallaba empapado en su propio sudor mientras engrasada engranes y limpiaba tornillos. El semidiós ayudaba a su hija con los ingredientes que les había pedido ordenar, cosas que se le hacían asquerosas, pero que preparaban las pociones más potentes y útiles, dejó con asco un cuenco lleno de unos cristales blanquecinos a los que el elfo llamaba "lágrimas de Ghast", un montón de sandías con pepitas de oro en lugar de semillas, frascos con agua fresca y un polvo amarillento que ayudaba a potenciar los efectos de lo que preparaba, le picaba la nariz por tanto aroma mezclado, dejó todo en la cocina y volvió a la sala de cofres para seguir ayudando a la pequeña; esa mañana se le estaba haciendo demasiado larga hasta que una explosión le sacó del estado perezoso en el que había estado. Subió a toda prisa mientras escuchaba al elfo gritar, llamando sus nombres.

—¡¿Leonarda, Foolish?!

—¡Vegetta, estoy aquí!

—¿Y la niña Foolish?

—¡En la sala de cofres!

Ambos padres corrieron por las escaleras de la alta torre, sin dejar de llamar a su pequeña que no contestaba... algo allí iba mal, muy mal, ¿Qué travesura había intentado hacer la pequeña?, ¿Estaba bien?, Por los dioses, ¡Tenía que estar bien!

Llegaron a la sala en cuestión, aún había mucho humo por la reciente explosión, entraron gritando, buscando a su hija, ya la desesperación sonaba en sus voces.

—¡Leonarda, contesta, por favor! —El elfo comenzaba a quebrarse mientras apartaba escombros del piso; Foolish ya no hablaba, concentró su olfato buscando rastros de sangre en la sala, pero no los encontraba, su instinto de híbrido tiburón le decía que la nena estaba bien, no estaba herida... no estaba en esa sala.

—Vegetta, nuestra hija no está aquí, no está herida tampoco, no percibo olor a sangre por ningún lado de esta sala.

—¿Qué dices? —Los ojos cristalizados del elfo le observaban con una expresión de angustia. —¿Crees que...? —No terminó la pregunta cuando el oso demonio aparecía ante ellos en lo alto del balcón afuera, su hija, desmayada, colgada de sus ropas que eran sostenidas con una de sus monstruosas garras.

—¿Hola, hay alguien en casa? —su sonrisa malévola les heló la sangre, Foolish dio un paso al frente y el oso levantó más a la pequeña. —¡Hey, no, no, no!... yo no he dicho que puedas moverte tiburoncín, un paso más y la niña muerde el polvo. —¡Cómo podía hablar con júbilo sobre matar a su pequeña!

—¿Y AHORA QUÉ DEMONIOS QUIERES DE NOSOTROS, DOBLAS?... ¡NO TE HEMOS HECHO NADA!—Los entrecortados gritos del elfo le estaban causando gracia...

—¿Y aún lo preguntas triple 7?... ¡Qué divertido es hacerte sufrir!... ¡Soy un demonio, me quitaron lo que me pertenece!... ahí tienes tu razón.

—¡Leo no te ha hecho nada, déjala en paz, por favor! —Foolish intentaba sonar calmado, lo estaba intentando de verdad, pero la visión de su pequeña, colgando de sus ropitas, sobre un abismo de más de 30 metros... eso le estaba volviendo loco... nadie que realmente le conociera quería verlo enloquecer, era... demasiado peligroso para su gusto.

—¿Te podrías callar tiburón?... ¡Le hablo al dueño de la casa, no a la criada!

La pequeña Leo despertó, abrió sus ojitos de par en par y lo que vio la aterró, soltó el grito más desgarrador que sus padres hubiesen escuchado y el autocontrol de Foolish se quebró, estiró su brazo a una velocidad impresionante y antes de que el demonio pudiese reaccionar, tenía a Leonarda en su mano. Vegetta al ver una abertura atacó, hiriendo al demonio que como pudo se defendió sin desistir en intentar atrapar de nuevo a la pequeña.

—¡Dame a la mocosa! —Un zarpazo le laceraba la espalda al semidiós que sumido en la adrenalina del momento siquiera rechistó.

—¡Deja en paz a mi familia! —Corte tras corte, la veloz espada de Vegetta le hacía retroceder y buscar otra entrada para atrapar de nuevo a la niña que lloraba aterrorizada entre los brazos de su papá Foolish.

—Ha, ha, ha... —Una risa robotizada se escuchó tras ellos y unos ojos de un negro profundo aparecieron flotando entre los escombros. El demonio los veía horrorizado... sabía que eso era malo, muy malo para él...

—¡Hombre, Cucurucho!... ¿Cómo tú por aquí compañero? —la risa nerviosa del demonio demostraba que aquella criatura podría ser más peligrosa de lo que parecía.

—Retírate, se te ordena retirarte de esta casa de inmediato, es una orden de la federación. —La voz robotizada de la criatura repitió la frase dos veces y con la cara de miedo más evidente que hayan visto en su vida, el demonio desapareció, dejando a los muy confundidos miembros de aquella familia, solos con el ser que recién había aparecido.

—Te agradezco que nos hayas ayudado Cucurucho.

Foolish dejó a Leo en el suelo y para sorpresa de sus padres, la pequeña salió corriendo y abrazó a la criatura que la levantó del piso y le hizo una torpe caricia en su cabecita. Con delicadeza la dejó de vuelta en el piso y dándose la vuelta comenzó a caminar para salir de la torre.

—¡Gracias de nuevo Cucurucho! —La voz de Foolish volvía a ser animada, ya no daba miedo, su expresión se había ablandado también y todo su ser había vuelto a su tamaño normal. El misterioso ser se dio la vuelta y con expresión alguna en su rostro se despidió.

—Disfruta la isla. —y desapareció como si se hubiese desintegrado en el aire.

Los angustiados padres abrazaron a su pequeña, revisaron cada parte de su ser para asegurarse que no estuviese herida, se quedaron así, juntos el resto del día, curaron las heridas de ambos y se encerraron en el búnker que habían preparado para emergencias, necesitaban descansar del acoso de aquel ser malicioso, que estaban seguros, pronto volvería a atacar.



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