Capítulo 17 - Entre el cielo y el infierno

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Llegó la noche de un día más y el barullo se hacía cada vez más fuerte en la torre del elfo de ojos violetas, Maxo y Fit corrían de un lado a otro mientras gritaban dando órdenes a todos los que se presentaron a ayudar; tenían que intentar el ritual que Maxo había propuesto para salvar a la pareja de constructores, esperaban de buena fe que todo saliese bien.

En NINHO, la pequeña Leo lloraba desconsoladamente entre los brazos de Roier que trataba de explicarle que sus papás la necesitaban para ponerse bien y que seguramente iban a estar bien, que el oso demonio no iba a molestar más y que él como su hermano mayor la iba a cuidar siempre porque era su familia y la quería más que a nada en esta vida.

—Ya, ya, Leonarda, está bien, van a estar bien.—Sus condescendientes palabras eran acompañadas con suaves palmaditas en la espalda de la pequeña que comenzaba a tener hipo debido al llanto.

Jaiden entró en la habitación y con cara preocupada le indicó a Roier que ya era hora de marcharse hacia el lugar donde Máximus tenía planificado el ritual que trataría de salvar a sus padres adoptivos, era casi la media noche, la luna resplandecía en lo alto del cielo sin estrellas.

—Leo, ya es hora de irnos.—Con suavidad, la levantó en sus brazos y la cargó hacia la placa que Jaiden acababa de colocar en el piso, viajarían gracias a un fragmento sintonizado con coordenadas hacia el bosque azulado donde todo aquello había comenzado. Después de limpiar con cuidado las lágrimas que caían de los ojitos de la pequeña, le dió un abrazo a su amiga y se transportó con su hermanita en brazos hacia el lugar designado.

Bajo la luz plateada de la luna, Maxo, se encontraba en el corazón del bosque azulado, rodeado de antiguos árboles centenarios que habían sido cubiertos de runas que ayudarían a canalizar la energía que necesitaban para intentar rescatar a sus amigos. Con sus ropas tejidas con hojas y su bastón tallado con símbolos pintados con su propia sangre, comenzó a trazar un círculo en el suelo con polvo de hojas secas. Recitando palabras en gaélico antiguo, Maxo invocó a los dioses del bosque para que le otorgaran su poder. Sostenía en sus manos ramas de acebo y muérdago, elementos esenciales para el ritual de curación.

Al llegar Roier, se acercó, bajó a Leonarda que aún lloraba mientras observaba con curiosidad el aspecto tan extraño de su tío Maxo, sus ojitos se abrieron de par en par al ver a los demás cargando camillas en las que pudo ver a sus padres.

—¡Papá, Dada!—se acercó corriendo y tomó las manos de sus padres que le parecieron muy frías al tacto, eso la asustó más y su llanto volvió a escucharse. Los adultos la observaban con tristeza, ¿Por qué tenía que sufrir tanto una pobre nena solo porque ese ser demoníaco quería vengarse de sus padres por razones tan ruines y egoístas?; Pierre se acercó y la abrazó intentando consolarla.

—Todo va a estar bien, Leo, debemos confiar en la sabiduría del tío Máximus, ¿Sí?

Maxo se acercó y tomando a la pequeña de la mano, la guio hasta el lugar que había preparado para ella, la sentó sobre un tronco rodeado de velas blancas, doradas y violetas, se agachó para verla a la cara y con delicadeza le acarició la cabeza.

—Leo, mi niña, lamento mucho que te hayas tenido que enterar de todo esto, pero estamos haciendo lo mejor para salvar a tus padres, necesito de tu presencia aquí, pues serás el ancla que traiga a estos dos de regreso del limbo en el que se encuentran, solo el amor que les tienes y que ellos te tienen, tiene la fuerza necesaria para despertarlos. 

—¿Mi amor los hará volver? —la pequeña preguntó con un puchero muy pronunciado en los labios, se estaba esforzando para no llorar más.

—Así es mi niña, ahora, vamos a ponerte esto, para que nos ayudes en este ritual.—Entrelazando las ramas de acebo y muérdago, Maxo creó una corona que colocó sobre la frente de Leonarda, eso la protegería de todo mal que intentara atacar mientras combatían el hechizo que habían puesto sobre sus padres, luego colocó una corona sobre las cabezas de Foolish y Vegetta, y les roció gotas de rocío de la mañana sobre sus rostros, simbolizando la purificación que comenzaría, pero algo sobre la piel del elfo le llamó la atención, del lugar donde el oso había rasguñado con su garra, comenzó a salir una pequeña cantidad de humo negro que le alarmó y que hizo que retrocediera.

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