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—No lo haré

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—No lo haré.

—Coño Nemi. Vamos, ayúdame. Solo tienes que distraerla.

Ambos se encontraban dentro del carro del peli-negro, estacionado frente a la residencia de la madre del mismo. Obanai le había contado al contrario sobre su plan para registrar la casa de su madre sin que ella se dé cuenta.

—Obanai, no lo haré. Sabes que tu madre es algo... —se mantuvo callado buscando la palabra adecuada—. Intensa. Además, Gyomei me iba a buscar dentro de un rato.

—Vamos, será rápido —siguió insistiendo—. Más bien, dile a Gyomei que yo te llevo a su trabajo.

Sanemi lo pensó por unos segundos para después suspirar.

—Está bien —dijo finalmente mientras sacaba su teléfono y viendo como su amigo celebraba. Envió el mensaje, recibiendo una respuesta positiva inmediata. Guardó el dispositivo en bolsillo de su chaqueta y se dirigió al más pequeño—. Vamos antes que me arrepienta.

Bajaron del carro y tocaron la puerta de la casa. Desde lejos, aquella residencia reflejaba la grandeza y el éxito de la familia que la ocupaba, pero el heterocromático sabía que esas paredes ocultaban algo y quería descubrirlo. Escucharon ruidos de pisadas que iban en aumento cada vez que se acercaba a la entrada. La gran y majestuosa puerta blanca fue abierta, revelando a la dueña del lugar.

—¡Obanai, tesoro! Qué alegría verte —cerró los ojos y sonrió la mujer hacia su hijo. Abrió sus doradas cuencas, fijándose en la compañía que su hijo tenía—. Sanemi, querido. Es un gusto verte también —volvió a sonreír—. Pasen, no quiero que se me derritan.

Los dos más jóvenes entraron, se quitaron los zapatos, se colocaron unas pantuflas y se dirigieron, junto a la fémina, a la sala del lugar.

—Es lindo que estés por aquí, ya me sentía muy solita aquí —dijo dramáticamente, llevando sus manos a su cara—. No es que me moleste ni nada, pero ¿por qué estás aquí?

—Ehm, bueno —¿estaba nervioso? Claro que lo estaba—. Vine a buscar algo que necesito y está en donde dormía antes —mintió.

—Ya veo. Pudiste habérmelo dicho y te lo pude haber llevado a la empresa.

—En realidad, quería verificar si estaba en buenas condiciones para llevármelo —rascó su mejilla—. Sanemi, ¿me esperas aquí? —sonrió inocentemente, recibiendo por parte del contrario una mirada pesada.

—Claro. Te espero.

El de menor estatura subió al segundo piso, dejando a su amigo y su madre solos en la habitación.

—Siéntate, querido. Voy a buscar algo de té para hablar un rato, ¿sí?

—Gracias, señora Iguro.

Se sentó en uno de los sillones individuales mientras la mayor fue hacia la cocina.

<<Necesito un aumento>>

Café con amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora