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<<Qué flojera

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<<Qué flojera...>>

Esa fue la primera frase que se le vino a la mente a Mitsuri cuando se despertó aquella mañana. No tenía ganas de levantarse, mucho menos de cumplir con el encargo que le había hecho su madre: llevarle un paquete a la señora Iguro.

Se vistió con desgano, se puso un sombrero para cubrirse del sol y salió de su casa. Caminó por las calles de la ciudad, tratando de ignorar las miradas curiosas de la gente. Sabía que era el centro de atención desde que se anunció su compromiso con Obanai. Pero ella no se sentía feliz ni orgullosa por eso.

Llegó a la residencia Iguro, una imponente mansión rodeada de un alto muro y un hermoso jardín. Tocó el timbre y esperó. La puerta se abrió y apareció la señora Iguro. Vestía un elegante traje de color rojo y llevaba varias joyas.

—Buenos días, Mitsuri —la saludó con una sonrisa falsa—. Qué gusto verte.

—Buenos días, señora Iguro —respondió con una reverencia—. Vengo a traerle esto de parte de mi madre.

—Oh, qué amable de su parte. Pasa, pasa, no te quedes ahí.

La mujer la invitó a entrar y la condujo hasta la sala, una amplia habitación decorada con muebles de madera, alfombras de seda y cuadros de arte. Mitsuri se sentó en un sofá y la señora Iguro le dijo que esperara un momento, que ella también tenía algo que darle para su madre.

La peli-rosa con puntas verde aprovechó para observar la habitación con más detalle. Le llamó la atención una foto que estaba sobre una mesa. En ella se veían tres personas de cabello negro y sonrisa radiante: una señora, un señor y un niño. El niño se parecía mucho a Obanai, pero tenía una expresión más dulce y alegre.

La señora Iguro regresó con una pequeña caja con un lazo en su superior como decoración. Mitsuri, de forma respetuosa, le pregunta quién es el señor de la foto que está sobre la mesa.

—Era mi esposo, pero, por desgracia, falleció en un accidente automovilístico cuando mi hijo tenía ocho años. Fue un golpe muy duro para mí y para Obanai. Él era un hombre bueno y trabajador —la peli-negra responde con tristeza.

La joven, sin saber qué decir, le da sus condolencias y decide marcharse, diciendo que tiene que hacer unos recados.

—Ha sido un placer tu visita, Mitsuri. Espero que sea muy feliz con Obanai. Él se merece lo mejor —sonrió—. Vuelve pronto, ¿va?

Mitsuri asiente con una sonrisa forzada y sale de la casa. Al estar fuera, el viento se lleva su sombrero. Lo empieza a seguir, corriendo por la calle. El sombrero cae encima de un arbusto. Cuando lo vio e iba a recogerlo, alguien más lo hizo. Era una mujer de cabello negro y ojos rojos como el rubí, vestida con un sencillo vestido azul.

—¿Es tuyo? —preguntó con una voz dulce.

—Sí, es mío. Gracias por recogerlo —agradeció, extendiendo su mano.

Café con amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora