Capítulo 25

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- Se nos hace tarde - la interrumpí - lo siento, Luisa. Tenemos que irnos - miré a Aless, notando que estaba igual de incómodo que yo ante esta situación - espero que disfrutes de tus vacaciones en la isla - le sonreí amablemente y tras darle dos besos bajamos las escaleras mecánicas.

- Quién iba a imaginarse que te tropezarías aquí con tu suegra - intentó bromear Aless.

- Mi ex suegra - le corregí.

- Me alegro de oír eso - bromeó imitando las palabras de Luisa. Reí por su ocurrencia.

Llegamos a la tienda de batidos y observamos el menú. Señalé uno con el dedo.

- Pídete este - le recomendé -

- ¿Vainilla y cookies? - preguntó enarcando una ceja. Asentí.

- Y con doble de nata - añadí - es mi favorito en el mundo entero, hará que te quieras beber hasta la pajita - rió.

- Está bien, seguiré tu consejo. Aunque soy un amante del chocolate - me contó.

- Imposible - dije observando su rostro.

- ¿Qué cosa? - preguntó confundido.

- Un amante del chocolate es imposible que conserve esta piel tan suave y brillante - acaricié su mejilla. Él estalló en carcajadas.

- Pues créetelo. Tampoco hago nada para cuidármela, solo agua - se encogió de hombros y yo abrí los ojos en grande.

- ¿Cómo es posible que tú hagas lo más simple del mundo y tengas la piel más perfecta que yo que me hago mi rutina de skincare a diario? - bufé y él rió negando con la cabeza - vamos, tienes que tener algún secreto - insistí.

- Mi secreto es secarme la cara con la misma toalla con la que me limpio las nalgas, amore - bromeó y estalló en carcajadas. Golpeé su brazo e hice una mueca de asco.

- ¿Qué van a tomar? - nos atendió una chica joven. Aless pidió nuestra orden y nos sentamos en una mesa. Enseguida nos lo trajeron.

- ¿Y bien? - lo miré atenta beber de su batido y le di vueltas al mío con la pajita. Asintió varias veces.

- Delicioso - le dio otro trago y sonreí - tengo una idea - dijo. Lo miré confundida.

- ¿Qué idea? - le pregunté bebiendo de mi batido.

- Termínate eso - señaló a mi vaso y se limpió con una servilleta las manos. Terminé de bebérmelo y salimos del centro comercial hasta el parking. Ahí estaba nuestra moto aparcada.

- Aquí tienes - me lanzó las llaves, las cuales tuve que agarrar en el aire para que no cayeran al suelo. Lo miré atónita.

- ¿Qué? - solo pude decir eso - ¿Qué significa esto? -

- Significa que esta vez conduces tú - se abrochó el casco.

- Por supuesto que no - negué riendo nerviosa.

- Vamos, yo te enseñaré y estaré aquí contigo - insistió sentándose en la parte trasera y pasándome el casco.

- Tú estás fatal de la cabeza - lo miré como si tuviera 20 ojos - No puedes estar hablando en serio - enarqué una ceja.

- Estoy hablando totalmente en serio -

- Nos vamos a matar - le advertí.

- Eso no pasará - me aseguró - ven aquí - sonrió. Terminé de colocarme el casco correctamente y me senté en el asiento delantero.

- Es muy fácil y lo harás genial - intentó convencerme y bufé - solamente haz lo que yo te diga y tranquila - sujetó mis hombros masajeándolos.

- Está bien - cedí. Encendió la moto y colocó sus manos sobre las mías en el manillar.

Sucedió en CanariasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora