CAPITULO 6

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Los guardias aflojaron a la vez la cadena y la mujer volvió a caer contra el suelo

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Los guardias aflojaron a la vez la cadena y la mujer volvió a caer contra el suelo. El ruido metálico sonó como si toda una maquinaria se hubiera desplomado con ella y nadie escuchó cuando volvió a inhalar desesperada al ser liberada su garganta de la presión. ¿Quién diría que después de muerta sus pulmones siguieran de alguna forma necesitando aire? aunque, si lo pensaba bien, talvez fuera una ilusión, como el dolor rabioso y perenne. Porque no había sangre y no podía morir. Pero el sufrimiento era tan real como todo a su alrededor.

-Esta alma no es de naturaleza humana -repitió Solfjord y la señaló- aunque haya vivido y perpetrado actos delictivos en calidad de ser humano, y lamentablemente, con un notable éxito, si puedo añadir. La relación de sus pecados y transgresiones es de las más extensas que he tenido ocasión de revisar; inexplicablemente, esta entidad dedicó toda su vida a la anarquía y la desgracia.

Un gemido se escapó de entre los labios de la mujer, el primer sonido que su garganta había logrado articular desde su nacimiento. Las púas se habían clavado poderosamente en mil puntos diferentes en el momento del impacto contra el suelo. Tuvo la impresión de que en su interior crecían y se ramificaban en los nervios arraigándose a su carne hasta volverla loca de dolor. Ni aunque lo hubiera intentado, no las habría podido sacar.

-Señores y señoras del tribunal, permítanme resumir de manera concisa la impactante trayectoria de esta alma. Como se hace constar en los pliegos de sus actos y palabras, el alma en cuestión ha causado estragos en la vida de aquellos que se cruzaron en su camino, y lamentablemente, ha arrebatado la vida de numerosas almas más. Entenderán que enumerar exhaustivamente cada uno de los pecados cometidos por esta alma despiadada sería tedioso y, francamente, innecesario. Baste con decir que no existe maldad que ella no haya tenido la osadía de cometer al menos una vez en su vida.

No se incorporó, decidió quedarse ahí hasta que el dolor volviese a amainar, si cabía la posibilidad de que eso ocurriese en algún momento. Apretó los puños y cerró con fuerza los ojos respirando a pausas, soportando lo mejor que podía. No se sentía como fuego, no era caliente este dolor, este dolor era frívolo y más intenso, le imposibilitaba al completo el uso de su cuerpo hasta que pasaba o se acostumbraba al mismo. Y no había nada con qué contrarrestarlo, ni siquiera lagrimas.

-Todo el daño que ha causado no es cuantificable...

El frío de las baldosas recibió sus manos cuando ella se apoyó para buscar una posición menos dolorosa, pero cualquier esfuerzo era infructuoso. Lo mejor era seguir quieta, soportar el dolor presente en vez de arriesgarse a moverse y encontrarse con que podía ser peor. Pasaron unos segundos que a la mujer le parecieron eternas horas y al abrir los ojos volvió a descubrir las miradas de todos puestas en su persona.

-... pero ustedes y yo sabemos la única consecuencia que le acarreará...

La mujer no tuvo tiempo de nuevo para poder recuperarse, simplemente fue alzada de nuevo por sus captores que sin cuidado la volvieron a poner de rodillas. Uno de los tapones de musgo de las heridas del hacha de Absolvo se había salido y había rodado por el suelo más allá.

¿Un alma no humana?

Alzó la vista y vio a las dos juezas a ambos lados de Zacptaphais inclinarse con aire cómplice a sus oídos para hablarle entre cuchicheos. Ambas mujeres tenían una belleza innegable, aunque de una de ellas solo se alcanzase a ver sus ojos. Por la expresión de los tres, era obvio que el fiscal había logrado su objetivo de impresionarlos. El faraón había solicitado con un ademán tácito que Solfjord guardara silencio un instante mientras ellos tres deliberaban la veracidad de esas palabras con viva incredulidad.

La musulmana conectó sus ojos marrones de pestañas largas con los de la mujer con un interés insidioso antes de regresar al faraón. Las telas negras cubrían cada centímetro de su piel, arrojando sombras sobre su figura, y el velo de seda del mismo tono presentaba bordados en hilo de oro, como filigranas enredados en una marea embravecida ocultando sus rasgos. Era una mujer de sublime belleza escondida tras toda esa inoportuna oscuridad; su figura se adivinaba a través de las telas. Su pecho no resaltaba demasiado, pero sus caderas eran bastante evidentes. Había algo brusco en ella, una belleza filosa, hostil, que resultaba atrayente y, al mismo tiempo, peligrosa. Verla sentada en su trono era como observar a una elegante leona negra en reposo. Pacifica pero en extremo letal si se lo proponía.

Quizá el secreto de su piel permanecía fielmente guardado para el nórdico o tal vez para el griego, puesto que este último le sonreía más coqueto de lo necesario cada que tenía la oportunidad, como un gato picaresco. El nombre de la musulmana era Abdulin.

La japonesa parecía ser la que más hablaba de los tres, como citándoles artículos y leyes que no debían pasarse por alto. Era una robusta geisha de cejas arqueadas y finas, como hechas con trazos rápidos, imponente y de una hermosura exótica como una estatua oriental a la que no se puede dejar de ver. Vestía un kimono negro con detalles en tonos perla y el obi que envolvía su ancha cintura era dorado. Llevaba el rostro cuidadosamente pintado de blanco, y sus labios, apasionadamente rojos, destacaban con destellos dorados, como si fueran gotas de tinta fresca en su boca. Su cabello, de un color similar al de la madera carbonizada y tan liso que brillaba, estaba arreglado con el característico peinado de durazno abierto, con adornos de flores que caían como una delicada lluvia suspendidos de un palillo en diagonal. Por los reflejos se adivinaba que eran de un oro y diamantes, destellando con cada movimiento.

No sonreía, quizá porque no había tenido la oportunidad, pero la mujer estuvo segura de que si lo hiciera, eclipsaría en belleza a la musulmana pues había una castidad pura y amable, diferente a la dureza de la otra. ThaKar Arami era su honorable nombre.

La sala aguardaba en profundo silencio, a pesar de los cuchicheos de los jueces, mientras la mujer soportaba con poca suerte el sufrimiento de sus ataduras y heridas. Cuando sus ojos dejaron de recrearse en la belleza de las vestiduras de las dos juezas, había comenzado a sumirse en estados de sopor mientras el silencio imperaba, en los que su cuerpo trataba de deshacerse del dolor de alguna forma, inhibiendo el resto de sentidos al de la vista.

Después del castigo de Kevanos, casi se podría decir que había aprendido la lección: lo mejor en este momento era mostrar humildad, por lo que se obligó a agachar la cabeza y a doblar ligeramente más la espalda, mantenerse de rodillas, y apretar con fuerza los puños y mandíbulas, reconociéndose como la acusada. Era claro que sería una resolución condenatoria, se veía venir. No sabía si sería capaz de soportar más sufrimiento, más dolor, pero estaba segura de que a las sombras corpóreas de los guardias que sostenían sus cadenas no les hacía falta imaginación para perpetrar más torturas.

De verdad que no deseaba conocer esas ideas prodigiosas que las cruentas figuras podían inventarse. De nuevo estaba a la expectativa de las palabras pasadas de Solfjord. ¿Cómo era posible que un alma no humana estuviera en el purgatorio?

-Se le ordena al fiscal extender una explicación concisa y precisa -atrajo la atención el juez presidente, deteniendo los cuchicheos de las otras dos juezas- ¿En qué se basa para decir que la acusada no es un alma humana?

-Se le ordena al fiscal extender una explicación concisa y precisa -atrajo la atención el juez presidente, deteniendo los cuchicheos de las otras dos juezas- ¿En qué se basa para decir que la acusada no es un alma humana?

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La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora