CAPITULO 16

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El tribunal murmura más fuerte, la sorpresa y el desconcierto se reflejan en los rostros de los presentes

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El tribunal murmura más fuerte, la sorpresa y el desconcierto se reflejan en los rostros de los presentes. Kevanos, visiblemente perturbado, lucha por procesar esta revelación.

La mujer cambió de posición las rodillas sobre las que se apoyaba en el frío del adoquinado. Talvez se equivocaba, pero sentía como si hubiera alguna espina incrustada esta vez en su sien, que ante la impresión había empezado a doler suave pero constantemente, sumada a la cantidad de otros dolores fantasma que seguían anidando bajo su piel atrofiada y mal cicatrizada. No le gustaba como estaban discurriendo los asuntos sin resolver, no le gustaba el curso que todo había tomado hasta ahora.

Kevanos frunce el ceño, la confusión se dibuja en sus rasgos afeminados tanto como en los del alma de la mujer. Su voz se torna áspera, cargada de escepticismo— Su señoría, el defensor está claramente desplegando una maniobra desesperada e infructuosa que no está fundamentada en...

Bastó una mirada sombría del juez presidente para que el griego cerrara la boca. Zacptaphais mantuvo esa mirada sobre su inferior hasta que este tomó asiento de nuevo, sumiso, pero sus manos se apretaban bajo la mesa, sobre su regazo. Se irguió con rigidez, clavando una mirada fría y penetrante en la mujer. 

Ella le sostuvo la mirada otros segundos, hasta el momento en el que él volvió los ojos oscuros de nuevo al faraón que volvía a ser aconsejado por sus dos juezas auxiliares. La mujer, en un estado aun de desconcierto, espió por encima de su hombro en busca del ujier, solo para descubrir que había desaparecido de su puesto protector tras ella. 

El joven ujier griego estaba ahora a la diestra del romano, entregando a este algunos rollos de pergamino más y pasándole uno al abogado acusador y copias al tribunal de sentencia respectivamente. La ansiedad consumía ahora a la mujer, quería desesperadamente exigir respuestas, o que la condenaran ya. No soportaba este proceso tan largo, no soportaba que se dilatara tanto cada actuación, no soportaba que aun hubiera secretos. No soportaba la idea de que ese maldito fuera su némesis desde el inicio de los tiempos.

Pero tenía sentido. Se habían odiado desde el principio, desde que se vieron. O más bien, él la rechazó y la repugnó desde que la vio y ella simplemente reaccionó a esa aura dejando que naciera y se ramificara un rencor ante esos sentimientos grotescos y desagradables. De alguna forma había sentido el odio natural, se había sentido justificada, se había sentido refugiada en sentirse de alguna forma la victima y al sufrir su tortura, su desconfianza, su denigración, sus miradas que la humillaban. Ahora veía que esto iba más allá, que los unía algo que ambos habían sentido como altamente nocivo, algo que hacía que sus miradas conectaran, no precisamente de buena forma, como el conflicto de dos seres extrañamente parecidos y diferentes.

El faraón se volvió hacia el defensor, que aun revisaba el segundo pergamino.

—Todo está debidamente documentado, su señoría. —comentó este, observando las reacciones, avanzando con cautela, consciente del delicado equilibrio de la situación, desenroscando el rollo— En el centímetro ochenta y dos... mis disculpas, ochenta y cinco... podrá ver, su señoría que se refiere a Aethon: Rebajado junto a Vespera, la degradación se aplicó a ambos dioses. Ella, a titulo de autora de los delitos, él, como cómplice involuntario, de ahí que su condena fuese menor. 

El juez presidente resopló profundamente. La jueza Abdulin fue la que le indicó con un gesto al secretario para que este fuese al sitio que le correspondía como testigo momentáneo. Kevanos se levantó de su asiento con una expresión que mezcla resentimiento y desafío. Sus pasos resuenan en la sala, el eco de sus sandalias reverberando con un golpe seco en las paredes de piedra oscura. Su rostro reflejaba la sombra de los tormentos que su mente estaba soportando para entender la situación. El juez Zacptaphais, con un gesto solemne, le indica que tome asiento.

—Su señoría —la voz repentinamente lisonjera del griego le dio a la mujer un tic de rabia— si me lo permite... Mis recuerdos comienzan con mi tiempo como secretario, desde mi supuesta creación. Se me dijo que había sido creado específicamente para esta función. Que debía estar orgulloso... No tengo forma de recordar lo que dice esta pseudo diosa ¿Por qué no recordaría algo así?

—Porque, como la acusada, fuiste condenado a olvidar tu verdadera naturaleza y vivir con una identidad castigada. —atajó el defensor— Y al igual que ella, has sido víctima de un juicio divino que no solo castiga, sino que también oculta verdades...

El silencio en la sala se hace denso, como una niebla oscura que envuelve a todos los presentes. Kevanos, ahora inseguro, se queda en silencio, procesando esta información que sacude los cimientos de su odio. La mujer se atreve a mirarlo de nuevo, ya sin su faceta de arrogancia y prepotencia, el hombre no se veía tan digno de ser peligroso. Ya no se veía como alguien que podía imponer su poder por encima de ella.

De alguna forma, la mujer empezó a sentirlo desde ese momento como a un igual.

—Kevanos, si tuvieras la oportunidad de recordar tu tiempo como dios del bien, ¿crees que podría cambiar tu perspectiva sobre la acusada? ¿Podrías ver más allá del odio que ahora te consume?

El defensor continúa, su voz resonando anodina, sin atisbo de sentimiento, y sin embargo la mujer cree descubrir algo parecido a la compasión. Pero era imposible precisarlo, la voz del romano podía ser interpretada de cualquier modo, con todas las interpretaciones posible al estar por completo vaciada de los tonos que la emoción le da a las palabras. Kevanos, visiblemente perturbado, responde con vacilación, su voz apenas un susurro.

—Yo... soy lo que soy ahora. No sé más. 

Su rostro volvía por momentos a la dureza afeminada y petulante que había mostrado hasta ese momento. Pero era claro que, como la mujer, sentía que la verdad que había caído sobre él le otorgaba no solo un nuevo nombre, sino un pasado, algo que le faltaba y que no había descubierto hasta el momento.

—Tu odio es comprensible, —murmuró a su vez el defensor— pero también está basado en una percepción incompleta de tu propia historia. La acusada ha sido juzgada severamente por sus acciones, pero también ha sido privada de su verdadera identidad y de la posibilidad de redención, al igual que tú.

El tribunal queda en silencio, considerando las implicaciones de esta revelación. La tensión en la sala es palpable, como si las sombras mismas se movieran con inquietud. El griego se ve visiblemente afectado, luchando con la posibilidad de que su propio juicio haya sido manipulado. La mujer no entiende porqué esto era necesario, pero agradece internamente a su defensor, aunque no imagina las implicaciones que esto puede traer.

Sabe algo, ya no lo odia como al principio. El hecho de saber que sus acciones tienen razón, que eran de alguna forma detonadas por un odio y un rechazo originado por un suceso pasado, algo que ella si había hecho, le dejaba extrañamente en paz. Lo veía y ahora sabía que él también tenía razón.

—No tengo más preguntas o revelaciones, honorable tribunal, y con esto concluyo mi intervención. Me reservo el uso de la palabra, esperando que esta nueva perspectiva ilumine nuestra búsqueda de justicia. 

 

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La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora