CAPITULO 2

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Remordia tomó la guadaña e hizo presión con esta para intentar cortar el alambre de púas que rodeaba a la condenada, pero fue inútil

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Remordia tomó la guadaña e hizo presión con esta para intentar cortar el alambre de púas que rodeaba a la condenada, pero fue inútil. Nada podía cortar unas ataduras como esas. Algunas almas venían con ataduras más frágiles que no requerían más que el filo de la guadaña para romperse, pero ese era el caso de las cuerdas, nunca habían visto este tipo de castigo. El hecho de que la mujer naciera en ese mundo revestida ya en parte con su condena era mal augurio para su pronto juicio.

—Es un caso especial —dictaminó Absolvo— talvez el agua del olvido más allá del templo elimine estas ataduras.

—Eso si los dioses del derecho no se les ocurre mandarla al tártaro antes —comentó Remordia descubriendo el rostro de la mujer, apartando los mechones de cabello sanguinolento de su faz marmórea. Los carrizos de alambre de púas subían hasta perderse en el nacimiento del pelo en la nuca y por debajo de la barbilla. Atravesaban la piel en varios puntos.

Ambos la tomaron para ponerla en pie y cubrieron su desnudez con el manto. Las púas metálicas traspasaron de inmediato la tela áspera y más y más vueltas aparecieron por encima de esta, amarrándola esta vez a su nueva vestimenta. Absolvo la tomó de ambos lados de la cabeza y miró largamente en lo profundo de sus ojos dilatados hasta que estos regresaron a una forma más o menos normal y pudo enfocar el rostro adusto que tenía delante.

Absolvo era miembro de una raza de hombres creada en el principio, un material parecido a la madera sustituía su piel y profundas oquedades hacían de ojos en su rostro de nariz ancha y achatada. Su cuerpo estaba enfundado en ropajes negros, ensangrentados como todo el derredor del lugar del nacimiento. Un tocado de flores silvestres asombrosamente frescas que coronaba lo alto de su cabeza, serían el único punto de color en todo ese pantano. Lo hacían parecer parte del bosque de árboles muertos que plagaban el pantano. Una visión bastante compleja.

—¿Recuerdas tu nombre? —le dijo. Su voz le sonaba a tierra, aunque había dulzura en sus palabras. La ternura que se le tiene a un bebé.

La mujer parpadeó, sus cejas estaban arqueadas en un gesto de sorpresa, ante el leñador de almas, la inocencia y el blanco absoluto de una mente sin recuerdos a la que muy lentamente regresó la conciencia llenando cada vestigio que antes fue olvido. Parpadeó y sus labios, antes entre abiertos, se cerraron con firmeza. Pero no contestó. Se limitó a devolver la mirada, aun con cierta duda, como si las tinieblas aun empañasen su comprensión.

—Es diferente —continuó Remordia y la mujer la miró un segundo antes de que Absolvo la soltase— su mirada es diferente.

—O es simplemente estúpida —rezongó Absolvo soltándola y alejándose un palmo para contemplar el alambre de púas— debieron odiarte allá abajo, si te castigan desde antes del juicio.

La mujer no respondió, sus ojos empezaron a peinar todo a su alrededor, con la curiosidad infantil del recién nacido. Tenía el cabello largo hasta la cintura enredado, esponjado, chorreando aun el material sanguinolento que le había servido de líquido amniótico momentos antes. Su aspecto era más que nada lamentable. Absolvo tomó esta vez de una de las vueltas del alambre de la cadera de la mujer y la arrastró consigo entre los árboles muertos, con el único sonido del salpicar del agua pútrida ante el avance de esa comitiva. Remordia comenzó a seguir a su señor lo mejor que su pierna le permitió y tomó a su vez el rollo de pergaminos que le extendió. Las páginas negras se llenaron ante los ojos del leñador de almas con caracteres en blanco plata.

—Es un alma oscura —murmuró con voz tenue desenrollando pergamino tras pergamino y deteniéndose en el final de cada uno— tiene incluso un pasado... antes que el pasado... 

Con un gesto apartó las letras de sus ojos, frustrado por no poder comprenderlas.

—No es de nosotros el trabajo de juzgar.

—Irá directo al infierno. No tienes idea de todo lo que ha hecho. Aprovechó su vida, eso hay que decirlo, pero no para nada bueno. Será una condena inmediata.

—Los dioses del derecho no actúan así. —contradijo la diablilla en un murmullo.

—Mira el tamaño de esta cadena, talvez la refuercen y le echen así devuelta. Talvez por ser especial la regresen allá abajo... ya ha sucedido.

—O la dejen aquí, recibiendo a los nuevos —murmuró la lobuna demonia— no sería la primera vez que lo hicieran.

Absolvo miró a la condenada un instante antes de sortear otra formación de árboles muertos, todos ellos productores de almas a la espera del juicio. Alguna vez él mismo vino a Luminith de esa misma forma, escupido por su propio mundo a este, sin más recuerdos que el de su nombre y la sensación de merecerse cualquier castigo que se le impusiera. No había cortado hasta ahora una sola alma que no trajera en los labios por lo menos la más nimia noción del nombre que portó en otra vida. Esto era un caso, más que especial, preocupante.

Remordia había sido como él, aunque con más lucidez, nació llorando y gritando cuando el hacha dio con el hueso de su fémur. Entonces descubrió que había condenados a los que se les imponía el castigo anticipado del dolor latente. Absolvo miró distraídamente el profundo corte perennemente abierto de la pierna de la demonia, que la obligaba a cojear y cuyo sufrimiento no se acababa ni en ese momento.

Los arboles quedaron atrás con pronta rapidez, arribaron las puertas del templo de piedra y obsidiana. Las grandes puertas de entrada estaban formadas por curiosos y macizos paneles de roble adornados con enormes clavos y rematados de barras de hierro. Tan inmensamente altas que no se veía hasta donde terminaban, simplemente se perdían en lo alto hasta difuminarse y confundirse con el cielo plomizo. Absolvo obligó a la mujer a arrodillarse y Remordia le talló el rostro con el dobladillo del manto, para quitar parte de la sangre que aun le chorreteaba.

—No debes temer —alzó la voz la demonia, dirigiéndose a la mujer— los dioses son justos...

—No la mayoría de las veces —atajó el leñador de almas— basta con que tengas en tu hoja de vida alguna tacha espiritual, y esta alma tiene varias, para que la condena se agrave.

La mujer miró a uno y otro, con curiosidad, mientras parecía pensar incansablemente.

—No creo que los dioses le impriman la condena del infierno, recuerde que debe de ser proporcional el castigo al daño producido en vida. —citó en un ladrido Remordia, aun luchando por tallar las manchas del rostro de la condenada, señalando el alambre de púas añadió— y contar la condena anticipada.

Ambos se separaron a la vez de la condenada cuando las puertas megalíticas se abrieron hacia adentro y la oscuridad sólida del interior les indicó que debían irse. Absolvo tomó la mano exánime de la mujer y la obligó a rodear con los dedos los pergaminos que antes había leído.

—Esto es todo lo que podemos hacer por ti, alma desvalida, el resto les concierne solamente a los altos dioses del derecho. Ahora, entra y sé valiente —le aconsejó en un rápido murmullo.

Remordia le tomó la otra mano y le dejó en ella su guaje, que se sentía pesado y apestaba a yerbas e infusiones amargas. Le dedicó una prolongada mirada antes de irse, cojeando detrás de su señor. La mujer la oyó decirle aun antes de que estuviesen fuera del alcance de su oído "pero es diferente"

 La mujer la oyó decirle aun antes de que estuviesen fuera del alcance de su oído "pero es diferente"

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La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora