CAPITULO 8

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Zacptaphais se reclinó en el trono y lanzó una fugaz ojeada al defensor

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Zacptaphais se reclinó en el trono y lanzó una fugaz ojeada al defensor. ThaKar Arami se inclinó de nuevo hacia él para decirle algo al oído, el faraón asintió. A continuación, fijó sus ojos inexpresivos en la mujer. Ella apretó la mandíbula, que Solfjord aun sostenía incómodamente entre sus dedos, como a una presa especialmente escurridiza. Abdulin puso su propia mano en el hombro del egipcio para acercarse a su oído, batiendo las pestañas con una cadencia suave. En éste caso Zacptaphais le contestó a su vez algo menos que un murmullo antes de volverse al romano.

—Se le cede la palabra a la parte defensora. —determinó por fin el faraón— y se le exhorta a ser claro en sus alegatos. No importando la extensión de los mismos. Quiero que el asunto quede lo más claro posible.

Julio Caesar asintió, dócilmente ante el juez presidente. Su porte y sus ademanes revelaban la sumisión justa para aplacar la fuerza de las palabras de Zacptaphais, sin llegar a ser lamesuelas ni humillarse demasiado.

Al nórdico pareció molestarle que se le quitara del centro de atención cuando más dramático sonaba su alegato de formalización de la acusación. Apretó los labios y sin consideración dejó a la acusada antes de regresar a su puesto. Cuando le soltó por fin la mandíbula, la mujer giró la cabeza al lado contrario. Su rostro ardía de vergüenza y de rabia por ser objeto de humillación continua. Experimentó una acuciante repugnancia, aún sentía los dedos de Solfjord en la piel como una mancha.

No obstante, la mujer se obligó a desligarse de las sensaciones que esta desagradable intervención le produjeron. Quería saber qué partido tomaba su defensor ante tales acusaciones. El rostro de piel canela permanecía hierático, sin emoción alguna, pero el aplomo que demostró al moverse de un punto de la sala al otro para interceptar al secretario y entregarle los pergaminos antes de volver a su puesto, avivó la esperanza antes perdida de la mujer.

Al lado opuesto de la sala, Kevanos, de regreso en su puesto, la miraba descaradamente, al parecer sumido en algún pensamiento intimo, pero se recuperó con rapidez de lo que hubiera en el rostro de la mujer que retuvo hasta tal punto su mirada. Negó, como descartando su propio pensamiento antes de centrar su atención en el comienzo del alegato de apertura del defensor. El alma, que había visto todo esto de reojo, hizo lo mismo.

—Honorables dioses mayores, —la mujer vio en esa expresión de su rostro la amenaza, muda y controlada, de que en sus próximas palabras vendría incluida la inminente caída de un rayo— con el fin de proporcionar una explicación coherente que aborde las inquietudes de este tribunal y al mismo tiempo establezca los fundamentos de la defensa, voy a dejar en claro que estoy dispuesto a reconocer parcialmente las acusaciones presentadas por el fiscal.

La mujer no estaba segura de tener corazón, pero de haberlo tenido, este se habría detenido. ¿Cómo que aceptar los cargos? sus manos se crisparon sobre el guaje, apretándolo y a la vez alzando la mirada, anhelante, a su defensor. El hecho de que fuera tan grande y divino como el resto de los miembros del tribunal la hacía sentir más confiada de alguna forma. No era un ser común y corriente el que tenía su representación, era un dios, que aunque menor que los del tribunal, contaba como ser superior en todo sentido. Se sentía respaldada por una fuerza aledaña a la de sus acusadores y los que la iban a juzgar.

—Si examinamos con atención la vida y las acciones de mi representada, queda patente que se han cometido los actos que el fiscal ha mencionado —la mujer vio a Solfjord sonreír con suficiencia— Sin embargo, estos actos censurables encuentran justificación en la siguiente parte de la acusación. La presencia de esta alma aquí presente se caracteriza por "no ser humana", como bien lo ha dicho mi colega, y en esta singularidad radica la fuente de su supuesta iniquidad y concupiscencia. Argumentamos que ningún ser humano podría perpetrar maldades tan atroces, y mucho menos en tal cantidad inicialmente. A no ser que la misma tenga otras características especiales... Si el secretario tiene la amabilidad de darle lectura a la nota al pie de página en el pergamino número tres, verá que contiene información relevante.

A Kevanos no le tembló la voz al leer lo que se le señaló cuando Zacptaphais aprobó la petición del defensor, pero si se tomó unos segundos antes de decirlo en voz alta, como si forzase a su mente a entender el concepto de lo que leía. La mujer hizo otro tanto intentando darle sentido a dichas palabras.

—En el pie de página se encuentran dos especificaciones. Número uno: Pena anticipada por exceso de delitos, consistente en barrera de contención concéntrica de filamentos cortantes. Habilitada. Número dos: Sentencia firme, consistente en degradación absoluta. Cumplida.

Julio Caesar hizo un asentimiento ante la lectura.

—Señores y damas, en el pie de página de los pergaminos de toda alma que se persona en este tribunal se añaden por defecto las notas de importancia, como ser reencarnaciones, karmas acumulados, penas anticipadas y otras sanciones que no ahondaré en especificar individualmente. Al revisar los pergaminos de esta alma, notarán la ausencia de notas adicionales, a excepción de los numerales uno y dos descritos, no hay más notas. Este hecho nos indica que la carga kármica fue saldada en vida, mediante una muerte proporcional, lenta y violenta, con la cual el alma redimió una parte considerable de sus faltas. Asimismo, la ausencia de menciones sobre reencarnaciones sugiere que se trata de un alma joven, que fue capaz de aprender todas las lecciones necesarias de la existencia en una sola vida, un logro que merece admiración, considerando que normalmente se requieren al menos dos vidas para dominar una sola faceta de la vastedad de la existencia humana y esta alma vivió tanto y de manera tan intensa como para aprender todo lo necesario de la vida.

Aquí hizo una pausa al desviar los ojos oscuros como lunas nuevas a la mujer y luego al tribunal, unió las manos tras la espalda y dio unos cuantos pasos por la sala, como si pensase en lo siguiente a decir. El efecto de este silencio hizo que sus palabras se asentasen en la mente de los oyentes y repercutieran con mayor fuerza. Con el mismo impacto con el que hacían mella en la mente de la mujer que era juzgada.

—La pena anticipada del alambre de púas salta a la vista, pero se explica de igual forma. Los delitos que mi representada ha cometido en vida ameritan eso, y mucho más. Lo que nos lleva al último punto que se habla en el pie de página. La sentencia firme, consistente en degradación absoluta. 

 

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La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora