CAPITULO 19

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Los guardias no se movieron, no parecían entender a quien de los dos obedecer, si a Vespera, con su gran cantidad de maldad, que los sublevaba con creces, o al secretario, que era por defecto su superior

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Los guardias no se movieron, no parecían entender a quien de los dos obedecer, si a Vespera, con su gran cantidad de maldad, que los sublevaba con creces, o al secretario, que era por defecto su superior. Por eso se mantuvieron al margen. Los dioses del derecho observaban esta situación con ojos que pasaban del asombro a la irritación.

—Kevanos, lleve a esta alma fuera, antes de que destruya el templo—escupió el juez presidente.

El secretario, obediente, aceptó en total rendición, buscando sujetar a la mujer para sacarla del templo, ella no le permitió siquiera acercarse. Con un movimiento rápido, Vespera lanzó un puño directo a la mandíbula de Aethon, quien retrocedió, la sorpresa cruzando su rostro. Pero no iba a rendirse fácilmente.

Se repuso y lanzó un ataque, envolviéndola en su fuerza aplastante, intentando inmovilizarla. Sin embargo, Vespera, impulsada por una rabia que había estado latente durante eones, utilizó esa energía para romper su agarre. Sus músculos, alimentados por su odio hacia él, se tensaron, y logró liberarse de su abrazo.

Sin perder tiempo, Vespera aprovechó la distracción y, con un movimiento ágil, se dirigió hacia la puerta que llevaba a la sala de espera. La sangre le palpitaba en las sienes mientras corría, sintiendo la libertad al alcance de sus manos. Los guardias, recuperando la compostura, se lanzaron tras ella. Pero Vespera no se detendría. La urgencia de su situación impulsaba sus pasos, y el eco de su determinación resonaba como un tambor en su pecho.

Mientras cruzaba la umbral, un destello de luz pareció guiar su camino.

Aethon, frustrado, buscó atraparla de nuevo, pero ella se movía con la agilidad de una sombra. Buscó dirigirse al pantano de las almas, donde Absolvo estaba en su trabajo. Se adentró en un tramo cubierto de agua, olía de un modo horrible y estaba repleta de sanguijuelas marrones. Antes de que pudiera pensar qué hacer, la fuerza del poder de Aethon la golpeó lo bastante fuerte como para hacerle perder pie, arrojándola dentro del agua.

Él la sostuvo por la muñeca, sacándola del agua nuevamente, la expresión de su rostro la de un maestro ante una chiquilla estúpida que se pasaba de lista. Pero ella volvió a liberarse con un movimiento brusco. Giró sobre sí misma, enfrentándolo de frente y, con un grito de desafío, lanzó una serie de golpes que impactaron en su enemigo, cada uno cargado de la fuerza de su rencor acumulado. Aethon, herido y aturdido, trató de encontrar su equilibrio, pero la furia de Vespera era imparable.

La lucha continuó, una danza de dolor y venganza, donde cada ataque de Aethon era contrarrestado por la tenacidad de Vespera. El aire se llenaba de gritos, el sonido de sus cuerpos chocando resonaba como un eco del conflicto eterno entre sus almas. Ella no solo luchaba por su libertad, sino por demostrar que su odio, ese veneno que había tratado de inyectarle, no tenía poder sobre ella. Luchaba en venganza.

De la nada, ella gritó tanto de dolor como de victoria. Eso confundió a Aethon, que la miró con expectación, había sangre real en la boca de la mujer, sangre que corría de sus encías donde dos poderosos colmillos de piedra de jade se imponían en toda la dentadura.

La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora