CAPITULO 12

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La mujer tiritó de frío y dolor, pero su mente se centró en lo que el joven hombre decía

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La mujer tiritó de frío y dolor, pero su mente se centró en lo que el joven hombre decía. Él se incorporó con las pinzas listas con otro carbón encendido. Repitió el proceso con otra sección herida del abdomen y la mujer se mordió el dorso de la mano. Hasta ese momento estaba haciendo efecto el contenido del guaje, y ella sintió cierto alivio cuando el dolor se atenuó. No era anestesia, pero era un silenciador para el estallido que representaba cada quemadura.

—Luz y oscuridad, bien y mal. Esos eran los dos dioses, uno se llevaba a los malos al infierno, el otro ascendía los buenos al cielo. Pero dicen que un día, cometieron un grave error por el que ambos tuvieron que pagar caro.

El ujier joven volvió a detenerse revisando con ojo crítico como se regeneraba la herida antes de continuar. La mujer había encontrado en qué concentrarse para evadir el dolor, la narración y los pensamientos que le sobrevenían ante esas palabras.

—El señor secretario no te mandó contar historias.

El ujier viejo se alzó amenazador por encima del segundo y le quitó de las manos las pinzas. El más joven guardó respetuoso silencio y no volvió a dirigirse a la mujer. Ella tuvo que soportar la falta de delicadeza del segundo ujier, mientras pensaba en lo que había escuchado.

Si se suponía que ella era la diosa mala, Vespera ¿Qué habría sido de su contraparte el dios bueno? ¿también habría sido condenado a encarnar y pasar por un juicio como el suyo?

Después del proceso de cauterización de todos y cada uno de los cortes, tan largo o peor que el de la extracción del alambre, se le entregó otro manto a la mujer, que temblaba con leves espasmos, como si aun sintiese el fuego quemando su carne blanda y vulnerable. Este manto era menos áspero que el anterior, pero seguía siendo anodino e insulso. Una simple tela para tapar su penosa desnudez ante los dioses.

Así fue llevada devuelta al tribunal de sentencia del juicio final, por los guardias y los dos ujieres, estos se retiraron inmediatamente después, a excepción del ujier joven, que se quedó tras ella con cierto ademán protector. Ella no lo admitiría, pero sentía que su presencia, además de la del defensor, le sumaba un aliado más en esta guerra injusta que era su juicio final. Así se puso de rodillas ante los dioses de nuevo. Ya no había dolor real, solo sensaciones fantasma que seguían reventando en su interior haciéndola estremecerse. No abrigó el ser vista como algo que no era, al estar limpia y libre de heridas abiertas, por eso mantuvo baja la cabeza aún estando ahí de rodillas. El silencio de la sala la hacía sentir terriblemente pequeña, más de lo que ya de por sí era.

La sala del tribunal reverberaba con la tensión de siglos. Algo había cambiado, pero ella no sabía si para bien o para mal. Sus ojos instintivamente fueron a su defensor, pero este seguía en la misma seriedad de siempre, anodino e impenetrable, atento no obstante al juez presidente. Los otros dioses por el contrario, observaban a la mujer, sus ojos centelleando con juicio y poder. Las barbillas altas, altivos, soberbios. Este era el momento del veredicto, era el momento de que se sellara su destino. 

La Jerarquía del Juicio FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora