Capítulo I

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Ante el mecanismo infantil de incriminar.

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—Debemos ir a ayudar a la reina con su baño—le decía aquella sirvienta a las demás.

—¿Luego de todo lo sucedido? No, esa mujer da miedo.

—El palacio da miedo-corrigió otra.

—Como deseen. No voy a ser castigada por ustedes, yo sí voy-dijo con firmeza, sosteniendo como podía el balde con agua caliente.

El palacio estaba sombrío, con un futuro incierto al acecho. Hasta se hablaba de una conspiración, pero aún así, ella decidió ir al aposento de la reina.

Al llegar, la jovencita colocó el balde en el suelo para acomodar su ropa, cerrar los ojos e inhalar y exhalar hasta poder calmar su corazón agitado y entonces tocar la puerta con sus nudillos agrietados.

—Buenos días, Su Majestad. Voy a entrar—avisó y entró.

Sus pies conocían el camino, así que fue a la sala de baño para preparar todo antes de levantar a su señora.

Una vez hecho esto, corrió las cortinas, permitiendo entrar los rayos del sol y una vez más habló: —Su Majestad, es hora de levantarse. Hoy el día es realmente hermoso—le informó, antes de avanzar a su dirección. Paso a paso se fue acercando, corrió y acomodó los doseles y entonces su vista panorámica le daba un aviso inquietante. Volteó para asegurarse y lo que sus ojos vieron hicieron que cayera sobre sus glúteos:

La reina estaba ahí con una mirada petrificada, la boca entreabierta, pálida y ornamentada con un árido carmesí.

Enmudecida, intentaba alejarse de la aterradora escena, pero la debilidad adoptada por sus piernas no la ayudaba. Por tanto, salió de allí arrastrándose y, como pudo, buscó auxilio por los pasillos desiertos.

No tuvo otra opción que regresar al cuarto de servicios y encontrarse con sus compañeras.

Al verla se turbaron.

—Pero ¿qué sucede, niña? —le preguntó la mayor entre ellas.

—¿Qué le pasa?

—Estás pálida. ¿Qué mirada es esa? ¿viste un espíritu o algo así?

—Seguro la reina consorte hizo de las suyas otra vez.

—A ella no le hace nada, es la doncella favorita de la reina, ¿recuerdan?

—Pero ¿qué dices? Sé más prudente o nos...—llevó la mano al cuello simulando un corte—ya sabes.

—¡La reina—pronunció al fin—está muerta!

La sorpresa se ciñó en el rostro de sus contrarias.

—¿De qué estás hablando?

—¡Está muerta! ¡Está muerta!—Repetía, histérica, rascando su cuerpo como si sobre sí estuvieran paseando montones de bichos.

Algunas no se movieron de lugar, no sabían qué creer. Pensaban que se trataba de alguna broma de mal gusto, pero las actitudes de su compañera parecían indicar todo lo contrario.

La curiosidad de las demás era más grande que el temor o el asombro, por lo que se apresuraron a confirmar aquello con sus propios ojos.

A los pocos minutos, aquellas cuatro paredes se vieron arrebatadas por la servidumbre, atrayendo más y más gente.

—¿Qué hacen aquí? ¿Se han vuelto locos? Están en el aposento de Su Majestad la reina consorte. ¡Largo de aquí!—los ahuyentó el ministro de Asuntos Exteriores, Eduardo.

Aquella reprensión no bastó para alejar a la muchedumbre, así que el hombre se abrió paso entre ellos para saber qué estaba sucediendo; qué cosa los tenía hipnotizados.

—¡Ivonne!—gritó, llevándose las manos a la cabeza. Se apresuró a tomarla entre sus brazos solo para descubrir la manera perturbadora en la que le fue arrebatada la vida. El cuerpo de la dama estaba como un balde agujereado—. ¡¿Qué te hicieron?! ¡¿Qué es esto, por Dios?! ¡Ivonne!—palmaba repetidas veces su rostro helado, esperando que solo estuviera dormida y lo visto se tratara de un engaño–. ¡¿Qué están esperando?!—preguntó con furia a la multitud al darse cuenta de que la reina no despertaba y nadie más hacía nada—. ¡Llamen a un doctor!

Nadie se movió, pues ¿ya para qué?

El hombre se aferró a ella con impotencia en medio de un llanto amargo.

—¡¿Quién lo hizo?!—Volvió a gritar, provocando que todos apartaran la mirada—. ¡¿Quién lo ha hecho, maldita sea?!

Y entonces arrojaron al frente a la jovencita.

—Ella fue quien nos dijo que la reina estaba muerta.

—¡Pero yo no lo hice!—se defendió de inmediato.

–No te vas a mover de aquí hasta saber la verdad—le advirtió—. Busquen al primer ministro y al ministro de justicia.

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora