La noticia se extendió como la pólvora, llegando hasta oídos de la familia Chamberlain y de Eduardo. Este último partió de inmediato a verla y fue bien recibido por la princesa.—Ivonne, ¿cómo es eso de que estás embarazada?
—No lo sé...
—¿Cómo no vas a saber eso?
—Te juro que no sé cómo pasó.
Eduardo suspiró profundamente, tratando de mantener la calma—. No te preocupes, ya no puedes seguir aquí. Antes de que nuestro hijo nazca, tengo que sacarte de aquí.
—¿Nuestro hijo dices?—Ivonne lo miró fijamente, silenciando y confundiéndolo—. Eduardo, yo me cuido. Sé cómo hacerlo, siempre lo he hecho y nunca he fallado.
—Cuando una mujer y un hombre tienen relaciones, la posibilidad de un embarazo siempre estará latente, aunque te cuides.
—¡Te estoy diciendo que tuve cuidado!
—Bien, lo hiciste, pero ¿de qué nos sirve eso ahora? Mi prioridad es mantenerte a ti y a mi hijo a salvo, lejos de aquí.
Ivonne negó con la cabeza, mostrando desaprobación.
—No creo que sea tuyo.
Un silencio tenso se extendió entre ellos.
—¿Cómo que no?—la falta de respuesta de Ivonne lo llevó a la peor conclusión—. ¿Te acostaste también con el príncipe?
Indignada, Ivonne lo abofeteó con fuerza, asustando a las damas que se encontraban a la distancia.
—¡Jamás! ¿Por quién me tomas?
—Entonces, ¿con quién más has estado?—Eduardo se esforzaba por controlar su ira—. Merezco saberlo, ¿no crees? Dime con quién estuviste.
—Eso no te importa.
—Ivonne... Siempre es lo mismo contigo. ¿Qué soy para ti? Solo me buscas cuando me necesitas y luego me deshechas como si nada. ¿Siquiera te doy lástima? Se acabó. He tenido suficiente.
Ivonne lo vio partir y de inmediato preguntó:
—¿A dónde vas?—pero Eduardo no se molestó en responderle, al contrario, lo enfureció aún más. No se detuvo, se contuvo apretando los puños.
Más tarde, ese mismo día, la princesa recibió la visita de sus padres en una de las elegantes salas del palacio, adornada con tapices antiguos y cortinas de terciopelo carmesí que colgaban pesadamente de los altos ventanales. El sol de la tarde entraba suavemente, iluminando los delicados detalles dorados del mobiliario. Su madre, la Condesa, entró en la habitación seguida de cerca por el Primer Ministro, ambos con rostros preocupados, pero también un brillo de alegría en sus ojos.
—Ivonne, hija, ¿qué es lo que hemos oído? —preguntó la Condesa, acercándose a ella, tomándola de la mano.
Suponiendo que su madre ya sabía, con cuidado de no decir algo erróneo, respondió:
—No entiendo nada de esto—respondió Ivonne con lágrimas en los ojos.
La Condesa abrazó a su hija, tratando de consolarla.
—Está bien, mamá está aquí—se apartó solamente para acomodar un mechón de su cabello y aprovechar para acariciar su cabeza. La miraba con ternura, sin poder evitar sonreír de felicidad. Su hija, su única hija y la más rebelde, estaba por convertirla en abuela.
—¿Cómo te sientes?
—Horrible.
—No te preocupes, amor. Todo lo que sientes es completamente normal, ¿verdad, Cedric?—preguntó buscando que su esposo mostrara más empatía—. Con tu hermano Marcus, todo me daba asco. Cuando tuve a Liam en mi vientre, discutía con tu padre todos los días; y con Lewis hasta llegué a orinarme en la cama—confesó en voz baja.
ESTÁS LEYENDO
¿Quién mató a la reina?
Historical FictionAl amanecer, una sirvienta entró en los aposentos de la reina para ayudarla con su rutina de baño, pero en lugar de la usual tranquilidad, encontró su cadáver. Con la corte sumida en el desconcierto y la incertidumbre, pronto queda claro que varios...