Capítulo XI

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Ivonne no era como otras nobles, que podían disimular las cosas. Su comportamiento había traído algunos inconvenientes al príncipe, un par de escándalos en el palacio y el enojo de otros.

Su primo le había dicho que no había forma de separarse del príncipe y no verse perjudicada. El matrimonio no iba a ser anulado, la iglesia no apoyaría una separación sin justificación, escaparse sería un gran problema; el divorcio podría ser posible, al menos por la vía fácil: una infidelidad por parte del príncipe, pero ¿quién querría estar con el príncipe? Así que ella decidió soportarlo todo a su manera.

La suegra y su nuera se encontraron por casualidad en uno de los pasillos del palacio y, como de costumbre, la princesa le ofreció una profunda reverencia antes de disponerse a pasar a un lado de ella, pero entonces las palabras de la reina la detuvieron.

—Vaya y póngase algo más modesto. Recuerde que usted es una mujer casada.

Ese llamado de atención tenía sus razones. Ciertamente, aunque la princesa se vestía con telas finas, algunos detalles de su vestimenta sobrepasaba lo vulgar: el corsé tan ajustado, resaltando demasiado sus atributos que no hacían que los ojos ajenos tuvieran algún esfuerzo al mirarlos, pues parecía usar cada día menos tela.

Como si no llamase suficiente la atención, usaba colores llamativos como el rojo, púrpura y dorado. A esto se le sumaban las joyas, sombreros adornados con plumas o flores, y abanicos.

—¿No se da cuenta de que está desnuda? Esto no es un burdel.

Las damas de ambas se mantuvieron cabizbajo, atónitas con la escena que presenciaban.

—Su Majestad, ¿no lo sabe? Desnudos nacemos-respondió para entonces continuar la marcha, dejando petrificada hasta a sus doncellas.

Al llegar a su alcoba, ordenó que vinieran las sirvientas a prepararle la tina, pues estaba sudorosa. Recién estaba regresando de un maravilloso encuentro y su suegra había echado a perder su buen ánimo.

Mientras preparaban todo, no dejaba de quejarse.

—Esa vieja bruja. Me tiene harta... No ha dejado de pisarme los talones estos últimos meses. No la soporto—miró entonces a la sirvienta que la desvestía—¿en qué le afecta que yo me ponga lo quiera? ¿Acaso estoy usando su ropa?

La joven sirvienta no sabía de qué hablaba, pero se hacía alguna idea.

—Que no haga esto, que no haga aquello. Si tanto le molesta verme, ¿por qué rayos aceptó que fuera esposa de su hijo?

Entonces entendió.

—Quiero estar sola un momento, y traiganme una botella de vino.

—Sí, Su Alteza.

—Yo me quedaré con usted, Alteza, para cuando esté lista para salir—le dijo la joven sirvienta—. También puedo servirle el vino.

Las demás la miraron extrañadas, al igual que la princesa, pero esta última suavizó su semblante.

—Está bien, creo que me puedes ayudar con algo también.

•••

—Todavía me llena de emoción verlo leer.

El príncipe sonrió sin apartar la mirada del libro—. ¿Algo tan insignificante la emociona?

—¿Cómo no? Recuerdo cuán difícil era para usted.

Él asintió—. Es cierto. Todo es gracias a ti, Denisse. No importa lo que haga no tengo cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí.

—¡Su Majestad la reina!—anunciaron de repente.

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora