La luz de la mañana se filtraba a través de los vitrales del Palacio Real, iluminando la suntuosa sala del desayuno, donde un gran banquete estaba dispuesto. Los sirvientes, vestidos con elegancia, habían preparado la mesa con esmero, colocando manteles bordados, porcelana fina y cubiertos de plata.A la hora señalada, los primeros en llegar fueron los nobles y ministros de menor rango. Vestidos con ropa de gala y adornos que indican su posición, ingresaron a la sala, donde se encontraron con mayordomos que les indicaban sus lugares.
Poco después, los ministros de mayor rango y los nobles más importantes hicieron su entrada. La sala se llenaba de murmullos respetuosos mientras cada persona tomaba su lugar.
—Alteza... Su Alteza...—se escuchaba, acompañado de ligeros toques en el hombro. Ante el gesto, abrió los ojos con pesadez—. Buenos días, Su Alteza. Hemos venido a servirle.
Las demás al escuchar a su compañera también saludaron al unísono: —Buenos días, Su Alteza.
Con antelación habían entrado y acomodado las cortinas para dejar pasar los rayos del sol. Además de preparar la tina y acomodar los doseles de la cama.
La doncella se percató de algo: el sillón se sentía bastante amplio y cómodo. Esto la alarmó, dándose cuenta de que se encontraba en la cama y, aterrada, se orilló al pensar que a su lado estaba su marido, pero suspiró de alivio al no verlo. No obstante, una interrogante la invadió, ¿cómo llegó ahí?
—Él... ¿dónde está él?
—¿Él...? Ah, ¿el príncipe heredero, Alteza? No se preocupe. Lo verá más tarde.
—¿Lo veré? No, claro que no. No he dicho que quiero verlo.
Todas la escucharon y cada una tuvo su propio parecer: ¿Acaso el príncipe no tuvo gentileza en su noche de nupcias? ¿Siquiera consumaron su matrimonio?
—Quiero que me respondas algo—dijo a la joven que se encontraba al lado de ella.
—Sí, Su Alteza, ¿qué es?
—Él... El príncipe... ¿Está enfermo? ¿Por qué se ve tan grotesco? ¿Será que me han engañado? ¿Es realmente el príncipe heredero?
La chica se quedó callada y otra sirvienta, mayor que ella, contestó en su lugar: —Su Alteza, no es adecuado que nosotras hablemos de Su Alteza Real el Príncipe.
—Olvide los protocolos y conteste. ¿Qué le sucede en el rostro? ¿Tuvo algún accidente? O quizás, ¿nació así?
De inmediato todas se arrodillaron frente a ella: —Su Alteza, le rogamos que tenga piedad.
Las miró desconcertada. Era una simple pregunta y parecían realmente temer por su vida.
—Entiendo. Levántense ya—les ordenó, sin embargo, estaba lejos de dejar a un lado este asunto.
Ellas se levantaron y continuaron en lo que estaban. La chica, entonces, le habló diciendo: —Su Alteza, debe levantarse. Se hace tarde. Debemos atenderla para que pueda ir a desayunar con Sus Majestades-dicho esto, terminó por apartar de ella las sábanas para encaminarla a darse un baño.
—Espero que la temperatura sea de su agrado, Alteza—comentó la sirvienta que se había encargado de preparar la bañera, mientras veía como la desnudaban.
Ella se inclinó para tocar el agua y pronto también sintió una suave y agradable fragancia emanar de ella—. Me gusta—le respondió para posteriormente elevar su pierna y de esta manera introducirse en ella.
Una se encargaba de higienizar su cuerpo y la otra se encargaba de su cabello, mientras las demás preparaban para ella un largo vestido seda color carmesí, un collar de perlas con aretes y otras joyas, sin faltar la zapatilla de tacón bajo y su discreta tiara.
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¿Quién mató a la reina?
Historical FictionAl amanecer, una sirvienta entró en los aposentos de la reina para ayudarla con su rutina de baño, pero en lugar de la usual tranquilidad, encontró su cadáver. Con la corte sumida en el desconcierto y la incertidumbre, pronto queda claro que varios...