Capítulo XIII

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Como cada otoño, el príncipe comenzaba con una ligera tos. A medida que las hojas verdes se tornaban en un mosaico de colores, su tos se agravaba, llenando de inquietud el ambiente del palacio. Llegó al punto de no poder sentir la brisa sin sentirse realmente mal, y cuando llovía, su estado empeoraba significativamente.

—Ivonne…—la llamó suavemente, una vez estuvo cerca de ella. Se encontraba sola sentada en las cercanías del jardín. 

Ella levantó la vista e intentó sonreír—. Majestad…

—¿Pasa algo, mi amor?—preguntó el rey, notando la tristeza en sus ojos—. La vi  perdida en sus pensamientos durante el almuerzo. ¿Se encuentra bien? ¿La reina la ha molestado otra vez? Dígame si es así, e iré a hablar con ella de inmediato.

—No, no es así, mi señor. Es solo que…—vaciló. 

—Hable, no aumente mi preocupación—la animó con ternura. 

—Hoy… es mi cumpleaños—dijo finalmente su voz en un susurro. 

—¿Cómo dice?

—Sí y, sin embargo, me parece un día triste. ¿Qué ocurre en el palacio? ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Y por qué no he visto al príncipe todos estos días?—Las preguntas se derramaron de sus labios, una tras otra, buscando disipar sus dudas. 

Todo era parte de otro plan suyo, pues aquella sirvienta tampoco tenía una idea clara de lo que sucedía, pero le aseguró que era algo que sucedía todos los años. 

—Veo que le preocupa su esposo…

—Solo quiero entender lo que que pasa. ¿No soy yo un miembro importante de esta familia? ¿Por qué ocultarme cosas?

El rey, consciente de la gravedad de la situación, intentó calmarla—. No te aflijas por eso, es algo pasajero. Pronto volverás a verlo. En cuanto a tu cumpleaños, en este momento no puedo ofrecer un banquete en tu honor; pero, hasta entonces, sí puedo hacerle un presente.

—Mi mayor regalo en este momento será poder ver a mi esposo. Por favor, quiero verlo. 

Que lo llamara “esposo”, molestó al rey. No obstante, aunque las restricciones impuestas por la reina eran estrictas, el rey decidió llevarla al lecho del príncipe. 

Su presencia obligó a los guardias a apartarse, permitiendo su  paso hasta la habitación custodiada.

 La reina, al verlos, se levantó indignada—. ¿Qué hace ella aquí?

—Es la esposa de tu hijo, ¿por qué no debería estar?—replicó, firme en su decisión. 

La reina, derrotada, miró con desdén a Ivonne—. ¡Sal de aquí! ¡Lárgate a jugar! Para eso eres buena.

El rey, molesto por el insulto, levantó la voz—. ¡Mide tus palabras!

—¡Mi rey! 

—¡Sal, ahora!

—¿Me pide que deje solo a nuestro hijo? 

—Su esposa estará con él. Sal, ahora. 

La reina, ardiendo de furia, obedeció. 

No era la primera vez que no tenía potestad sobre su nuera desde que consiguió tener el favor del rey.

Queriendo sonreír, pero manteniendo la fachada de sentirse desolada y sola, avanzó para tomar el lugar de la reina. Entonces, al fin lo vio: pálido, casi traslúcido, reducido a piel y huesos. 

—¿Está muerto?—preguntó imprudentemente a la señora que se encontraba del otro lado de la cama. 

—No, no lo está—respondió la mujer aunque su voz temblaba.

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora