Capítulo XII

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Hacía que todas las sirvientas vieran su partida a propósito para advertirles de algo: serían las siguientes si se atrevían a participar en los juego del rey. 

A ella le parecía injusto. ¿Quién le diría que no al rey? 

Un cadáver salía por las puertas de atrás para ser enterrado en quien sabe donde. Su carta de renuncia permanece en los archivos del palacio, pero su familia cree que la han ascendido y, por tanto, por eso ya no los visita, sin embargo, sigue llegando su salario a casa. 

La reina prefería mantener vivo a alguien ya muerto que tenerlo en vida y quererlo muerto. 

Lisset se sentía cada vez con más rabia e impotencia porque, en cada chica lastimada o llevada hasta las fauces de la muerte, podía ver a su hermana. 

¿Hasta cuándo debía esperar? Ya tenía suficiente como para condenarla, pero era su palabra, la de una insignificante sirvienta, contra la de la madre de una nación entera. 

Nadie parecía querer elevar la voz con ella, hasta que vio en la princesa consorte una posibilidad. 

Era diferente a todos: una yegua sin domar que cuando quisiera podía actuar como aquellas de paso fino. 

Se atrevió a dar el primer paso y acercarse más a ella, observarla más de cerca; y cuando tuviera su confianza, o al menos se acostumbrara a verla, hablaría. 

Lo que más la estaba fastidiando era un fastidio común. 

—Ustedes siempre saben todo—refiriéndose a la servidumbre—. Entonces dime, ¿qué cosas le causan molestia a la reina?

Se había acostumbrado a la compañía de aquella sirvienta que parecía entenderla o al menos la que parecía más valiente entre las demás. 

—¿No cree que ya ha hecho suficiente para molestarla?—le preguntó Lisset. 

Hasta habían entablado conversaciones…

—Esta vez quiero hacerla entender que no soy como ustedes que ni bien digo su nombre tiemblan.

El comentario la hirió—. El rey… No se acerque mucho al rey— le respondió, queriendo que hiciera lo contrario a sus palabras. 

Si le había prohibido usar las cosas que le gustaba y eran suyas, entonces la estaba obligando a usar lo que no era suyo y que a la reina le gustaba. 

—Entiendo… Gracias. 

La estaba empujando al peligro, ansiosa de ver cómo esa mujer podía enloquecer. Que alguien con poder la lastimara, aunque eso podría traer un resultado fatal ¿o quizás no? No sé atrevería a hacerle daño a su nuera ¿o sí? 

—¿Conoces la rutina del rey? 

—Sí, Su Alteza—le respondió Lisset con una sonrisa que no podía ser ocultada. 

La princesa consorte entonces prefirió eludir sus responsabilidades con tal de estar a la completa disposición del rey. 

Debía llamar con discreción su atención. 

Se estaba llevando a cabo una reunión entre el rey y los ministros, ella estaba allí, esperándolos afuera, con un libro estratégicamente seleccionado para el primer ataque. 

Cuando abrieron las puertas, se acomodó el vestido, miró y se inclinó con un semblante angelical ante los ministros, los cuales la reverenciaron asombrados de verla. Incluso su padre y el mismísimo rey. 

Ella le ofreció a él una reverencia y posteriormente a eso su padre se aproximó. 

—Su Alteza, ¿qué hace aquí?—le preguntó.  

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora