—¿Segura? ¿Has escuchado bien? ¿El rey dijo eso?—Sí, Su Majestad. El rey le dijo a su Alteza la princesa consorte que cuando el príncipe enfermara otra vez este invierno, se asegurará de matarlo y luego se encargaría de usted para entonces hacerse cargo de la princesa consorte y su hijo.
La ama de llaves le pagó a aquella sirvienta por sus servicios y la despidió. Entonces, la reina se desmoronó, riendo y derramando lágrimas.
—¿Es así? Después de que di todo por él, hice todo por él, ¿piensa deshacerse de mi hijo y de mí? Si no fuera por mí, ¿cree que estaría sentado ahí todavía?
Margaret también fue una princesa alguna vez y por supuesto que vivió en paz hasta ser entregada para reafirmar la alianza entre dos naciones.
Su esposo en ningún momento la trató mal ni fue vista como menos, al contrario, y eso hizo que se enamorara de él.
Los problemas empezaron cuando no lograba concebir y esto se prolongó hasta convertirse en reina. Inevitablemente su marido comenzó a posar su mirada sobre otras mujeres, distanciándose cada vez más de ella.
No le reclamó a su marido infiel, sino que se desquitaba con aquellas mujeres que en realidad no tenían otra opción, ¿quién le diría que no al rey?, y se culpaba por tener un vientre maldito.
Una vez que su furor se fuera menguando por la costumbre, pudo pensar con claridad y suponer que su marido podría ser el problema, pues llevaba ya mucho tiempo tomando mujeres para sí y ninguna quedaba en cinta.
Ella decidió confirmar esa suposición tomando a una sirvienta para acostarse con el rey en los días precisos, noche tras noche; mes tras mes y nada.
Para guardar el secreto, cortó personalmente la lengua de la sirvienta y la convirtió en ama de llaves, además de su dama más cercana.
Quiso usar aquello a su favor, pero le aterraba y daba asco la idea de entregarse a otro hombre. Además, no podía asegurar que aquella persona no la traicionaría.
Tiempo después, una conspiración amenazaba con sacar al rey del trono, pues el no tener heredero hasta el momento tenía a todos torturados por la incertidumbre.
Quien estuvo al frente de esta conspiración era el mismísimo hermano del rey, quien quería que su hijo fuera nombrado príncipe heredero.
La reina se vio presionada a dar un heredero, soportando los tratos bruscos de su esposo cada noche, sabiendo ella que él era el problema. Aún así, ignoró su propio sufrimiento, y compadeciéndose de su marido, pensó en cómo resolver el problema, terminando por sugerirle matar a su propio hermano.
El rey se horrorizó y se apartó de ella. Pero insistió diciendo que a su hermano no le importa él, busca su propio beneficio por encima de su familia, si era capaz de quitarle todo lo que tenía, ¿por qué no hacerle mismo?
Aquellas palabras rondaban su cabeza y también se quedaba sin tiempo, no podía permitir que le quitaran el trono así nada más. Hasta que la suerte le sonrió, pues aprovechó los deseos optimistas de un ministro y le encomendó la tarea.
Cuando el ministro llegó, el hermano del rey ya estaba muerto, sin embargo, se quedó con el crédito y el rey lo nombró Primer Ministro. Y justo cuando se iba a nombrar al pequeño como príncipe heredero, el médico real dio la noticia de que la reina estaba embarazada, así volvió a tener el favor del rey, al menos hasta el nacimiento del príncipe heredero.
•••
Luego de la debida asistencia, las damas salieron de la habitación para que la reina pudiera descansar, sin embargo, ella no podía conciliar el sueño y para su infortunio el rey volvió a escabullirse a su cama.
—¿Ya estás dormida?
—No.
El rey sonrió y besó su hombro.
—¿Hasta cuándo seguirás enojada?
Ella se giró en su dirección.
—¿Alguna vez me amó?
—Mi reina, siempre te he amado.
—Tus acciones me demuestran lo contrario todos los días. Has convertido mi amor en odio. Ya no puedo siquiera verte, oírte o sentirte, tanto así te odio.
Sus duras palabras provocaron que se esfumara la sonrisa del rey y que también se apartara.
—Así que si en verdad te queda algo de amor por mí, muérete por una buena vez.
Lo que decía la reina siempre parecía una sentencia inevitable, pues lo que decía se cumplía.
Pasado el tiempo, todo parecía volver a la normalidad, cada quien estaba inmerso en su papel. El embarazo de la princesa se desarrollaba con normalidad, el príncipe se había olvidado por completo de su decisión de no querer hijos y se veía genuinamente emocionado, la reina no molestaba más y el rey estaba cada vez más ocupado. Hasta que una tarde, la tragedia se abrió paso.
El vasto salón del palacio estaba en penumbras, solo iluminado por la débil luz de las velas que titilaban en los candelabros dorados. Un silencio sepulcral envolvía cada rincón, roto únicamente por los sollozos ahogados de la reina, que estaba arrodillada junto al lecho mortuorio. El rey, su amado esposo, yacía inmóvil, envuelto en un sudario de seda real. Su rostro, que en vida había sido fuerte y decidido, ahora parecía sereno, casi como si durmiera.
La reina no podía aceptar la cruel realidad. Las lágrimas caían en torrentes por su rostro, mientras sujetaba la mano fría del rey, esperando sentir alguna señal de vida, alguna indicación de que todo esto era solo un mal sueño. Pero no había respuesta. La reina estaba desconsolada, su corazón roto en mil pedazos. El peso de la corona, que ahora recaería sobre su hijo, parecía aplastarla.
A unos pasos de ella, el príncipe heredero permanecía de pie, mirando fijamente el cuerpo inerte. No lo podía creer. Su mente rechazaba la verdad que tenía ante sus ojos: La muerte habia reducido a nada a aquel hombre que siempre le pareció intimidante, a quien en vida llamó padre.
En una esquina del gran salón, apartada de la luz de las velas, se encontraba la princesa consorte. Su silueta apenas se distinguía en la penumbra, y aunque su rostro estaba oculto en las sombras, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones muy diferente a la de los demás. En vez de la tristeza que embargaba a la reina y al príncipe, la princesa parecía presa de una inquietud profunda.
Nadie reparaba en ella, todos sumidos en su propio dolor, pero si alguien hubiera prestado atención, habría notado cómo la princesa se estremecía cada vez que su mirada se posaba en el cuerpo del rey. Había algo en su expresión que no encajaba con la gravedad del momento. Era como si, en lugar de lamentar la muerte del rey, le tuviera temor a lo que habría de suceder después.
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¿Quién mató a la reina?
Historical FictionAl amanecer, una sirvienta entró en los aposentos de la reina para ayudarla con su rutina de baño, pero en lugar de la usual tranquilidad, encontró su cadáver. Con la corte sumida en el desconcierto y la incertidumbre, pronto queda claro que varios...