Capitulo II

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Más de un culpable.

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Los hombres se movieron al instante y trajeron a los ministros. 

—Tío,  mire... ¡Mire lo que le han hecho a Ivonne! ¡Mire! — dijo meciéndose adelante y atrás—. Su única hija… La han asesinado…

Sin mostrar el más mínimo asombro o preocupación, el ministro directamente preguntó: —¿Quién lo hizo? 

Eduardo señaló con el dedo índice a la sirvienta:

—Todos la culpan a ella. 

—¡No, mi señor! ¡Yo no lo hice! ¡La encontré así! ¡Se lo juro! Vine a ayudarla con el baño—explicaba y aprovechó la oportunidad para mostrarles el balde con agua caliente como evidencia—y la encontré así. 

—Arrestenla— ordenó, pese a la justificación de la jovencita. 

—¡Yo no lo hice!—les volvió a decir, pero nadie quiso defenderla. 

Desamparada y dolida por la traición abierta de sus compañeras, dejó que aquellos hombres la tomarán. Sin embargo, un recuerdo llegó a su mente:

—Un momento—se giró para mirar al ministro de Asuntos Exteriores—. Usted fue quien lo hizo.

—¿Me está acusando a mí de su crimen? ¡Ja! ¿Ha perdido la cabeza?

—Dice que lo hice, ¿pero qué pruebas tiene? En cambio, yo lo vi junto a la reina—confesó haciendo que la atención se posara ahora sobre el ministro—. ¿Qué hacía a solas con la reina? 

La pregunta lo tomó por sorpresa, de manera tal que no podía dar una explicación. 

—Arrestenlo también. 

—¡Tío!—exclamó, indignado—. ¿Cómo puede pensar que yo lo hice? Está claro que miente. 

—Arresten al ministro de asuntos exteriores— repitió el ministro de justicia—. ¿No me escucharon? ¡Arrestenlo, ahora! 

Hicieron como ordenó, pese a la insistencia del hombre de estar aferrado al cadáver. 

—¡Tío, por favor!—suplicaba—. ¡Ivonne!— se le escuchó gritar, buscando auxilio de su amada—. ¡¿Cómo podría hacerle daño a Ivonne?! ¡¿Cómo podría hacerle daño a quien amo?! ¡Lo sabes, tío! 

—¿Acaba de decir que ama a la reina?—se preguntó la muchedumbre. 

Mientras se llevaban a los retenidos para investigar el caso de inmediato, los arrestos no cesaban. 

En el palacio había gran estruendo debido a las puertas que tumbaban los ministros y sus hombres en busca del rey y la reina viuda. 

Una puerta más tumbaron y ambos fueron encontrados. 

—¡Arresten al rey, ahora!— ordenó el primer ministro. 

El ministro de defensa volvió a mirar a sus hombres y estos se movieron para llevar a cabo lo encomendado, sin embargo, fueron impedidos por la reina viuda. 

—¿Qué creen que están haciendo? ¿Cómo que arrestar?

—Conserve la calma, Majestad. Debemos interrogar a Su Majestad el Rey por el asesinato de la reina consorte.

Madre e hijo se miraron. A consecuencia de ello, ambos ministros también lo hicieron, aumentando sus sospechas; pues ninguno se mostró sorprendido, como si ya supieran que había sido asesinada. 

—¿Y por qué arrestarlo? Pregunten lo que tengan que preguntar y ya. ¿O acaso están diciendo que el rey la asesinó? 

—No nos malinterprete. 

—Entonces ¿cómo debería tomar esto? 

—Madre—habló el rey para luego dirigirse a los hombres—... ¿qué sucedió? ¿Cómo que la reina fue asesinada? ¿Cómo puede pasar eso dentro del palacio?

—Es inútil fingir incredulidad, Su Majestad—dijo el Primer Ministro—. Lamento esto—tomó el mismo las esposas y lo sometió. 

—¡¿Qué cree que hace?!—exclamó la reina viuda, apartando al hombre de su hijo—. ¿Terminaste con la vida del padre y ahora vas por el hijo? Siempre lo supe, sabía que este día llegaría. 

—¡Madre!

—No... Tengo que decirlo. Nunca desistieron de su objetivo… ¡Van a tener que matarme si quieren el trono, así como mataste al rey!

—¡Cierra la boca, madre!

—Primer ministro… Ministro de justicia… He escuchado tanto ruido en el palacio que se me hizo imposible no salir y saber qué sucede—habló el príncipe Stewart, saliendo del umbral de la puerta. 

—Disculpe los inconvenientes, Su Alteza. 

—No, adelante. Hagan su trabajo, pero que no les falte la reina viuda. Parece saber cómo murió el difunto rey. Me parece que ese caso tiene que reabrirse y de paso, ¿por qué se quedó callada todo este tiempo si sabía algo?

La reina solo guardó silencio. 

—¿Y por qué no investigar de una vez lo que dijo la reina consorte? Claramente, así como ustedes, la escuché decir que el rey fue fruto de adulterio entre la reina y su propio hermano. 

—¡¿Qué?! ¡¿Qué estás diciendo?! 

—¡¿Qué esperan?! ¡Arréstenlos!

Por orden del príncipe Stewart, el ministro de justicia arrestó a la reina viuda, al rey y al primer ministro, este último confundido, pues el ministro de justicia lo acaba de traicionar. 

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora