Capítulo X

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Lo que no sabían los Chamberlain es que si dejaban a Ivonne a su suerte, eso podría significar la peor de las suertes para los demás.

—¿Es posible que reciba la visita de alguien?

—Sí, Su Alteza. ¿A quién desea ver?

—Eduardo Chamberlain, es uno de los ministros de la corte, mi primo. Procura decirle que es un asunto de vida o muerte.

—Sí, Su Alteza—respondió y fue de inmediato a cumplir la orden.

—Que preparen té para la ocasión y llévenme a un lugar donde pueda recibirlo.

—Sí, Su Alteza—respondieron al unísono.

Las sirvientas, al recibir la orden, prepararon una sala adecuada para la reunión, con té y otros bocadillos, de manera que pudiese Ivonne expresar cómodamente su asunto urgente.

Eduardo no tardó en llegar. Pálido, sudoroso, desarreglado y con el cabello alborotado, irrumpió en la sala.

—¡Ivonne!—exclamó acercándose rápidamente y tomándola de ambos brazos—. ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?

Un sollozo sin lágrimas se escuchó de ella, junto a unas palabras desesperanzadoras—. No puedo soportarlo, no puedo, Eduardo.

—Déjenme a solas con ella—ordenó Eduardo a las damas que estaban presentes. Ellas se miraron, dudaron, pero al final salieron, dejándolos solos—. ¿Descubrieron que no eres...?—tenía que salir de aquella duda, pues la expresión de Ivonne solo daba a entender que algo realmente malo había pasado.

—No, no es eso—respondió ella, trayendo alivio a Eduardo. La tensión abandonó su cuerpo poco a poco, lo que facilitó que se apartara de ella—. ¿Cómo puedes pensar que me entregaría a esa cosa?

—Es lo que me dijiste, que te entregarás a tu marido a pesar de...

—¿Viste su cara?

—Entonces, ¿no consumaron?

—Te pregunté si viste su cara, ¿cómo voy a abrirle las piernas a alguien que se ve así?

Aunque crueles, esas palabras solo lo calmaban más—. Sí, lo vi. No me lo esperaba. De hecho, pensé que lo peor pasaría en la catedral, pero todo fue en paz. Y durante el desayuno... ¡por todos los cielos!, parecías que ibas a vomitar.

—Y estuve apunto.

–En fin, ¿por qué me llamaste? ¿Qué sucedió como para que tengas esa expresión?

—¿No es obvio ya? Ayúdame a salir de aquí, no me quedaré un día más.

Él la miró, pasmado por un momento, y luego soltó una carcajada sarcástica. Se dio la vuelta, dispuesto a retirarse.

—Espera, ¿a dónde vas?

—Por donde mismo vine.

—No he terminado contigo. Te he llamado para que me ayudes.

El hombre se detuvo, manteniéndose de espaldas a ella—. Cuando quise ayudarte me rechazaste. ¿Recuerdas lo que dijiste? No te casarías con un ministro en lugar de un príncipe.

—Eduardo, no seas así.

—¿Así cómo? Tú has sido más cruel. Hazme un favor y, a partir de ahora, no me busques—dicho esto, estaba decidido a irse, pero Ivonne se apresuró a tomarlo de la mano—. ¿Qué haces?

—No puedes irte tú también. Mi familia me ha dado la espalda, ¿lo harás tú también?—dijo, con lágrimas en los ojos-. Te necesito.

Esas palabras conmovieron a Eduardo. La mujer que amaba y que siempre lo ha rechazado, por primera vez lo llamó, pedía su auxilio. Aunque fuera para utilizarlo, lo importante es que ella pensó en él al menos esta vez.

¿Quién mató a la reina?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora