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Tom

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No llores, dulce chica rizada. No es tu culpa que el mundo no supiera entender lo que realmente tratas de explicar.

No es tu culpa que yo me haya dado cuenta demasiado tarde, sobre los problemas a los que te enfrentas día a día. Perdóname, ojitos dorados.

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Sentirme como un completo idiota no era algo nuevo para mí, a menudo me vivo equivocando en mis decisiones y mi hermano Bill siempre está detrás de mi para corregir mis acciones o darme sermones, que a fin de cuentas, jamás les presto atención.

Este caso era distinto, mi hermano no estuvo aquí para corregirme y fui yo mismo quién dio el primer paso para llevarme mejor con mi vecina y que mejor, que invitándole a una linda cafetería en medio de la ciudad.

Ahora teniéndola aquí enfrente de mi, tomando su taza de té de rosas entre sus manos, me hacía saber que efectivamente fue una buena idea. Aquello me aliviaba, ya que por un momento imaginé lo difícil que debe ser para ella, el estruendoso sonido de la ciudad.

— ¿Por qué me miras de esa manera?—

Ni siquiera me di cuenta de la mirada fija que mantenía sobre ella, provocando que la desviara a otro lado y tosiera en falso. Odio esa maldita costumbre que tengo de quedarme pensando y no darme cuenta de nada de lo que sucede a mi alrededor.

— Estaba pensando.—
En realidad no estaba mintiendo, efectivamente estaba pensando y no necesariamente en algo banal y poco creativo, si no que en algo muy extraño y poco usual. Algo así como ella y su rara manera de actuar y de hablar con las personas.

— ¿Te tengo que preguntar en lo que estabas pensando o me dirás por voluntad propia?—

Sonreí mirando mi taza de café y solté un largo suspiro pesado, obviamente tratando de no reír ante la increíble sinceridad y poca discreción que tenía la fémina ante sus palabra. Jamás había conocido a alguien así.

𝐃𝐄𝐏Á𝐑𝐓𝐄𝐌𝐄𝐍𝐓 𝟐𝟎𝟔 | 𝐓𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora