4 | That home

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Draken

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Draken

Tres días habían pasado, y el cabreo aún no se había marchado.

¿Por qué tenía que vivir justo en este edificio? ¿Justamente enfrente de mí?

Solté un gruñido acompañado al de Mushu, mis ojos estaban algo entreabiertos pero igualmente los cerraba de vez en cuando.

Mi cabeza continuaba apoyada en aquella cómoda almohada con una funda de estrellas, mis brazos estaban tirados y mi mano alcanzaba para acariciar el suave pelaje del perro. El cabello está esparcido y mi rostro probablemente tranquilo.

No sabía que era hora pero debía de ser más de las doce debido a la luz que permitía pasar las persianas bajadas, lo único que sabía es que era mi cumpleaños.

Otro año más con vida, otro año menos de vida.

Where the doors are moaning all day long

Mushu se dedicaba a mordisquear el peluche y yo a observar lo lindo que era.

El leve sonido de los coches, los gruñidos de Mushu y mi respiración tranquila era lo único que escuchaba. De alguna manera, mi vocecita estaba callada, permitiéndome respirar en paz.

Where the stairs are leaning dusk 'till dawn

Me había perdido el amanecer y probablemente lo haré con el atardecer, veré como pierdo los días de mi vida y el tiempo moverse mientras que estoy aquí estancado.

El timbré sonó y lo ignoré, lo último que quería era moverme. El cachorro no lo ignoró y pasó por mi cuerpo para bajar de la cama, menudo animal es este. Capté el sonido de las llaves y maldecí, Lyra tenía una copia de mis llaves. A continuación, se escucharon unos pasos que arruinaron mi tranquilidad mañanera.

—Jovencito, ya es hora de levantarse—entró la reina tocapelotas y Mushu subió a la cama tan rápido como bajón anteriormente.

—No quiero—murmuré, suspiré y removí un poco mi cuerpo, se estaba tan a gusto.

—Draken...vamos—agarró mi brazo y tiró de el, Mushu vio la escena e intentó empujarme hacia ella, pequeño traidor.

No sé cómo pero se las apañó para cargarme al estilo nupcial, maldita sea, qué fuerte está. Suspiré algo avergonzado al ir en ropa interior nada más, me llevó hasta el baño con cierta salchicha persiguiéndonos.

Cuando mis pies tuvieron contacto con el suelo, me empujó al baño grande, se fue y regresó enseguida para darme ropa.

Hasta ahora no me había fijado de que iba con un vestido precioso de color blanco con tortugas en todas partes, tenía un leve escote y un lazo, dándole un toque más inocente. En su cuello pálido contenía un collar de perlas.

De inocente no tiene de nada esa bestia

—Dúchate, tío guarro.

—Uy, vale. Perdóneme usted, mi señora—me incliné un poco, con un brazo escondido en mi espalda.

Sueños blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora