3 | Tulipanes

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Luka

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Luka

Yo pienso que mi mejor recuerdo de la adolescencia escolar fue aquel juego de final de curso en donde la mitad de la clase debía regalarle algo sencillo pero que identifique a la persona que les tocaban. A mí me tocó un compañero con el que apenas hablaba.

Cogí unos girasoles que plantó mi madre meses atrás, ella siempre decía que esas flores transmiten alegría mires por donde lo mires, y no se equivocó. Lo malo es que tardan bastante en crecer pero merecía mucho la pena ver su proceso, al más mínimo avance me hacía ilusión. Todavía me acuerdo de cuando vi los girasoles complementos.

El día del fin de ese curso llegó y muchos de mis compañeros le habían comprado regalos, me sentí algo patético al ser el único en no haber comprado nada.

Cuando vi al chico de cabello negro y ojos azules no pude evitar sonreír y que mi corazón latiese a mil por hora. Le di un ramo de girasoles y la sonrisa que dio fue sin duda el mejor regalo ¡Le había gustado!

—También tengo una cosa para ti—me dio dos tulipanes blancos—El blanco te define.

Sinceramente nunca supe a que se refirió con lo último.

—Gracias—murmuré, sonrojado.

Quizá fuese el comienzo de una buena amistad pero el último año hubo el peor desenlace que experimenté, volviendo a lo que somos, desconocidos.

Supongo que en quien más confías también llega a traicionarte.

Lo que nunca supo es que gracias a esos dos tulipanes, se convirtieron en mi flor favorita aunque el significado duela.

El odio acabó superando al amor.

—¡Luka!

—¡Voy!

Entró mi madre, dándome un susto, comenzó a coger un par de cajas mientras que yo metía aquella foto en uno de mis libros. Cerramos las últimas cajas y bajamos al primer piso. Yael, mi primo que tiene dos años menos que yo, estaba metiendo las últimas cajas en el camión de mudanzas.

No me agrada la idea de vivir con semejante animal pero era la casa más cercana y disponible que encontré desde mi trabajo. Uno tendrá que hacer sacrificios por su pasión, ¿no?

Nos despedimos entre besos y lágrimas, a mamá le costó separarse de mí y yo de ella pero había que hacerlo.

De camino a lo que sería su nuevo hogar, apoyé mi cabeza contra el reposacabezas y mi primo decidió tenerme piedad y en vez de poner reggaeton puso a mi diosa: Taylor Swift. Las suaves melodías de Invisible String resonaron en el auto y con el sueño acumulado junto a la canción me dormí sin darme cuenta.

Sueños blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora