Mar.

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Jamás veré el mar cómo algo tranquilo y mucho menos
como un lugar en el cual
uno puede relajarse.

Su infinidad me inquieta
el solo ver al horizonte y percatarme de que no tiene un destino hace que clave las uñas de los pies en la tierra.

No puedo estarme tranquila estando en su superficie y mucho menos flotar;
me aterra pensar que si mi cuerpo queda suspendido en el agua el mar sea lo suficientemente profundo solo para quedar tendida en el vacío.

Es que no tiene ni lógica ¡No se sabe ni en donde empieza ni cómo termina! ¡Ni siquiera cuán profundo es o cuantas barbaridades tiene escondidas!

No confío en el mar.

El océano oculta, traga, esconde, desaparece. Tener mis pies guindando de él es como darle palanca a que me sucumba en su profundidad sin fin y sin esperanza de salir de ella. Robándome el oxígeno y las ganas de morir tranquila.

¡No, no y NO!

Yo con ella hice una tregua; yo no la invadía ni comía de su fauna y ella no me llamaría para morir de angustia y de terror.

Pero yo no confío en ella.

Si llego a morir entre las aguas del océano, les juro que, por la pena de mis muertos, les daré un mar que se desborde.

3:00 a.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora