Egocéntrica

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Él la embestía con fuerza y arrebato, totalmente sumergido en el placer que le causaba escuchar sus gemidos y la cantidad generosa de humedad que se expandía entre sus piernas.

Notó que ella, entre jadeos y suspiros, miraba mucho para un costado y se mordía los labios con más morbo hasta mover sus caderas con muchas más ganas e insistencia.

Al voltear, observó que lo que tanto veía era el reflejo de sus cuerpos estampado en el espejo de aquella habitación.

Sonrió y le preguntó:

—¿Te gusta ver cómo te hago mía?

Ella sin despegar la mirada del espejo le volteó la cara para que le devolviera la mirada a través del cristal.

—Me encanta verme a mí en mi estado de diosa.

3:00 a.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora