Así sabe la traición.

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Besar a alguien sin sentir
si quiera un dejo de placer es un intercambio insípido de saliva.

No puedo ni siquiera
comparar su sabor con el agua
porque el agua es refrescante al paladar
en cambio, ese beso...
fue solo un choque insignificante
entre unas bocas
que en primer lugar
nunca debieron juntarse.

Y yo no quería, me lo juré una
y otra vez
mientras yo dejaba que él
besara mi cuello y
exploraba mi cuerpo
cómo un ciego
para definir un objeto.
A sabiendas que no era a mí
a quien debía estar tocando.

Eso era algo que nunca debió suceder.

Ni un beso
o un roce
ni siquiera un mal pensamiento.

Estaba usurpando el lugar de alguien que sí lo quería,
pero me excusé diciendo que
la soledad me ahogaba, que
necesitaba sentirme querida o deseada
no importase con quién fuera.

La cosa es que sí importaba con quién,
a pesar de que él solo quería matar
una curiosidad conmigo.
Y yo solo quería... no sé ni qué quería.

Quizás solo quería desaparecer ese vacío de ausencia que había dejado
aquel ser justo en la parte izquierda de mi pecho, tratando de llenarlo con latidos y puntadas frecuentes en dónde termina mi vientre.

Sin embargo, me salió el tiro por la culata
no hice nada con él,
me ganó la culpa,
lo dejé con las ganas.

Al fin y al cabo
no pasó nada
solo besos de mal agüero que no sabían ni a placer
pero me quedó crustado en el alma
el haber traicionado
el sentimiento de una amiga
solo por un par de besos
que nunca me iban hacer olvidar.

3:00 a.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora