Capítulo 11 Encuentro fatídico en la tormenta

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Issei luchó por levantarse del suelo, jadeando. El cielo había desatado un aguacero torrencial mientras estaba inconsciente, dejando sus ropas empapadas tanto por la lluvia como por su propia sangre. Temblando sin control, se sentó en el suelo mojado, con la terrible experiencia que acababa de sufrir aún fresca en su mente. Sin embargo, lo que más le pesaba era el abrumador cansancio que le carcomía cada fibra.

Cuando el sonido de un relámpago retumbó en el cielo, Issei volvió a la cruda realidad. Quería gritar y llorar, sintiendo cómo el peso de todo lo que había sucedido se desplomaba sobre él. Todo era demasiado abrumador: cada acontecimiento se acumulaba hasta convertirse en una carga insoportable. Una parte de él deseaba desesperadamente que fuera un terrible sueño, pero en el fondo conocía la dolorosa verdad: ésta era su nueva realidad.

Su rostro se arrugó por la frustración, un gruñido bajo escapó de sus labios mientras intentaba procesar el torbellino de emociones que llevaba dentro.

Issei hizo acopio de fuerzas para levantarse, decidido a motivarse cada vez que sintiera deseos de derrumbarse. "¡Vamos, Issei! Contrólate", le instó, con una voz mezcla de ánimo y frustración. "¿Alguna vez te has hecho un ovillo y has llorado hasta quedarte dormido desde el día en que nos abandonaron? No. Entonces, ¿por qué esto es diferente? Ahora, levántate".

Con pura fuerza de voluntad, se levantó del suelo, sintiendo su cuerpo pesado y agotado. Cada paso que daba hacia su casa era una lucha, y podía sentir el peso de la prueba amenazando con derribarlo de nuevo. A pesar de ello, se negó a rendirse y a dejarse caer. Se mantuvo erguido, empujándose hacia adelante únicamente con la fuerza de su determinación.

Issei llegó por fin a su casa y se dirigió cansado a su habitación. El cansancio que se había apoderado de él desde que se despertó se estaba volviendo insoportable. Unas motas negras bailaban sobre su vista, dificultándole cada vez más la visión. La vista de Issei se nubló al entrar en su habitación, el mundo a su alrededor era un torbellino de colores y formas. El cuerpo le pesaba por el inmenso cansancio que arrastraba desde que se despertó. La habitación giraba a su alrededor y tuvo que apoyarse en el marco de la puerta para no desplomarse.

Cerró los ojos un momento, intentando recuperar la compostura. El corazón le latía con fuerza en el pecho, una mezcla de adrenalina y cansancio que lo mantenía en vilo.

Con una respiración profunda y temblorosa, Issei se impulsó hacia delante, decidido a alcanzar el consuelo de su futón. Cada paso era como vadear un lodo espeso, y luchaba por mantener el equilibrio. Sus piernas temblaban, amenazando con ceder en cualquier momento.

Finalmente, llegó al lado del futón y se desplomó sobre él. Sentía el cuerpo como un gran peso y se hundió en la comodidad del colchón. El cansancio parecía calarle hasta los huesos y lo único que deseaba era cerrar los ojos y sumirse en un sueño sin sueños.

Su mente seguía agitada por pensamientos y emociones. Los sucesos del día se repetían una y otra vez en su cabeza, y cada repetición aumentaba el peso sobre sus hombros.

La yokai zorro y sus dos cachorros permanecían quietos, con las orejas levantadas, escuchando atentamente la respiración agitada de Issei. Observaron al muchacho exhausto en el futón. La tormenta había amainado, lo que les permitía oír con más claridad sus fuertes jadeos y su respiración entrecortada.

El cuerpo de Issei temblaba de cansancio y se aferraba con fuerza al futón, como si buscara consuelo ante los abrumadores acontecimientos del día.

Los dos cachorros gemían suavemente, sin apartar los ojos de Issei. Aunque no tenían ningún vínculo con él, percibían la sinceridad de sus acciones y el desinterés con que los había salvado. Era una rara muestra de bondad por parte de un humano.

La habitación seguía llena del sonido de la respiración irregular de Issei, un conmovedor recordatorio del agotamiento y la confusión emocional que estaba experimentando. La yokai y sus cachorros permanecieron en sus respectivos lugares, sin apartar los ojos de él, ofreciéndole en silencio su presencia como forma de apoyo.

La habitación permanecía en silencio, y el único sonido que llenaba el aire era la respiración agitada de Issei, que se aferraba al futón para recuperar fuerzas. La tormenta del exterior había pasado por fin, dejando un sereno silencio a su paso.

A medida que la respiración de Issei se estabilizaba, era más consciente de lo que le rodeaba. El agotamiento que había amenazado con consumirle empezó a remitir ligeramente, y sintió que le invadía una sensación de alivio. Con un profundo suspiro, abrió lentamente los ojos y su mirada se posó en los ocupantes de la habitación.

Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendidos, cuando vio a la yokai zorro y a sus dos cachorros. La visión le resultó fascinante y desconcertante a la vez, pero pudo percibir cierta aura de bienestar que emanaba de ellos.

La yokai zorro observó al agotado muchacho con una mezcla de preocupación y curiosidad. Aunque estaba agradecida por su ayuda y por el cuidado que había mostrado, sabía que debía mantenerse cauta.

Los ojos de Issei se encontraron con los de la yokai zorro, sus llamativos ojos dorados. La habitación permanecía serena, con los tres en una distancia silenciosa y respetuosa. La mente de Issei seguía tambaleándose por los acontecimientos del día, pero en presencia de la yokai zorro y sus cachorros, sintió un atisbo de esperanza y una sensación de consuelo que no había experimentado en mucho tiempo.

No sabía que su encuentro con ellos cambiaría el curso de su vida para siempre.

El dragón guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora