Capítulo 33

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               Su brillante cabello mandarina caía en ondas detrás de su cuerpo envuelto en seda blanca, sobre su cabeza tenía el mismo arreglo de plumas y flores de todas las tonalidades del otoño que parecía una corona, caía hasta tres dedos más abajo de su quijada. Su piel tan blanca como polvo de estrellas casi se perdía entre los pálidos troncos de los árboles. Toda ella siempre parecía un delicado roble.

―Tital. ―Fue imposible no sonreír al verla después de tanto tiempo. A veces, en aquellos días oscuros dentro de su sala, donde solo lo ocupaban los gritos en su cabeza y la aburrición, llegaba a desear estar de vuelta en aquel campo de batalla junto a sus hermanos.

―Escuché que ya consiguieron a la princesa. ―Su voz seguía siendo tan suave y dulce como el maple. La mención de Amelee volvió a traer aquella presión en su pecho, la felicidad de ver nuevamente a una de sus hermanas despareciendo entre el viento otoñal. ―Charman estuvo aquí hace poco.

La mención de su hermano mayor lo hizo fruncir sus cejas. Tital se movió suave como el agua del rio hasta quedar a su lado, el eterno aroma a vainilla que su cuerpo emanaba saludándolo. Si Amelee estuviese ahí amaría el olor de Tital o a ella en general.

La gran corona de floras y plumas escondía los dos cuernos de cabra que vio la primera vez, pero se sentía casi irrespetuoso que los mencionara cuando era característica que menos le gustaba a ella de su cuerpo divino.

―¿Estuvo aquí?

Ella sonrió suave, ladeando la cabeza a ambos lados.

―Realmente le dio una visita a Eljel, ya sabes que él es más inteligente que todos. ―Ahora la curiosidad de Sev se había encendido.

Llevaba demasiado tiempo sin saber nada de su hermano, completamente encerrado en su mundo, en aquella casa de nubes y besos de sol que tanto lo mareaba. Nunca realmente le preocupó, no hasta descubrir que Sarah tenía a su hermana encerrada y dispuesta a asesinarla.

―He venido aquí por la misma razón.

Tital ladeó la cabeza de nuevo, curiosa.

Los árboles parecieron acercarse a ellos de la misma forma. Sus sentidos se pusieron en alerta incluso sabiendo que el mundo de Tital siempre era pacífico y lleno de aleteos constantes de aves.

―Tengo la ligera sospecha que la oscuridad de nuestro mundo se está goteando. ―Los ojos rosados de Tital se oscurecieron, todo su cuerpo aquella postura relajada para convertirse en un tronco estirado. La seda de su vestido comenzó a tornarse oscura por las puntas. ―Desde hace un tiempo he sentido aquella misma sensación de nuestro mundo, mis sombras incluso le tienen miedo.

Tital observó a las indiscretas sombras escalando por el hombro de su hermano, el rostro de un niño pequeño apenas siendo visible, con sus grandes ojos repasando la corona sobre su cabeza.

―Charman dijo algo parecido. ―murmuró ella. Tital miró a su alrededor, a más allá del follaje y las plumas cayendo del cielo.

La peli naranja le dio un ligero movimiento de cabeza, invitándolo a seguirla.

El pequeño camino hasta el rio seguía siendo el mismo, lleno de escrituras antiguas que la mujer escribió siglos atrás. Hechizos que contenían aquella pesada magia salvaje del mundo combinada con sus propios poderes. Un gran arco de roca blanca los recibió, las estatuas de Tital y Eljel luciendo nuevas.

―¿Cómo se encuentran tus hijos, Luc?

La pregunta lo desconcertó, la última vez que la visitó Perséfone ni siquiera existía, pero no le sorprendía que Tital conociera los secretos de todos y cada uno de ellos, después de todo, ella más que nadie tenía tiempo libre y su presencia era la que menos daño hacia al pasar entre universos. Si ella quería, fácilmente se podía colar entre mundos sin que nadie se diese cuenta.

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