Capítulo 26

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                La cabeza de Lady Arminn rodó hasta chocarse contra mis botas, su sangre de un extraño color verdoso manchando las blancas baldosas del suelo. Contuve mi arcada, no queriendo demostrar ninguna señal de debilidad. Su cabeza seguía portando uno de los tantos sombreros que diseñé hace un mes.

Dios mío, si seguía viendo su cabeza terminaría por vomitar. Con un gran peso en mi pecho, pateé la cabeza a otro lugar, escalofríos trepando por las puntas de mis dedos hasta llegar a los hombros.

Mi cerebro estaba trabajando demasiado lento después de ver aquello. Cuando pensé que Perséfone actuaba más como una humana que un hada, estaba completamente equivocada.

Mi cabeza finalmente se elevó, consiguiendo otra escena que sería difícil de borrar de mi cerebro.

El cuerpo del príncipe heredero estaba capturado entre enredaderas a la altura de los candelabros, su cuerpo siendo lentamente comprimido por las plantas. Si lo soltaban, caería a una cama de cuchillos ansiosos por carne fresca en el suelo.

El cuerpo de Lady Arminn también seguía capturado por enredaderas, la sangre todavía derramándose de su cuello.

Oh, me terminaría desmayando.

Sentí la mano de Sev apretarse contra mi cintura cuando mi cabeza se comenzó a sentir demasiado liviana. Adrenalina se disparó de mi corazón, mi cerebro pidiéndome que me concentrara.

Perséfone estaba frente al príncipe, de cuclillas sobre una de las enredaderas. Su poder se sentía pesado en la sala, antiguo, casi con vida propia, sediento de sangre.

Mis fosas nasales ardían de solo respirar en la sala. Si así se sentían el poder de Perséfone sin ningún tipo de filtro, ¿cómo se sentiría el de Sev? No recordaba nunca verlo completamente desencadenado.

—¡Perséfone! —Sev dio un paso adelante, sus sombras arropando mi cuerpo, esperando reducir el insoportable sentimiento de peligro que hacía a todo mi cuerpo arder. —¡Suéltalo ahora mismo!

La voz de Sev era penetrante, poderosa como una oleada de inseguridad que dejaba los huesos temblando. Era una pequeña ola de su poder, pero suficiente para dejar el príncipe heredero temblando, las llamas de las velas casi apagándose en su totalidad.

La mirada salvaje de Perséfone cayó sobre nosotros, para Sev no era más que otro martes de bingo por la noche mientras que todo mi cuerpo me gritaba que me diese la vuelta y no mirar atrás. Los ojos dorados de Perséfone no tardaron en captar mi presencia entre las sombras, solo en ese momento pude ver el gran parecido que tenía con el de un tigre, uno que no descansaría hasta conseguir a su cría.

De nuevo, solo era mi culpa por siquiera mencionar al príncipe.

—¡Perséfone, déjalo ir! ¡No hay ninguna prueba de que él esté ayudando a Sara! —Logré hablar finalmente, esforzándome para sonar tan poderosa como Sev cuando era un simple capullo tembloroso.

Las uñas de Perséfone se volvieron filosas garras que gritaban "somos venenosas" y "te volveré cebiche", brillaban contra la poca luz de las velas, reflejando perfectamente mi cuello. No dudaba que si la hacía molestar lo suficiente me cortaría la cabeza de la misma forma que Lady Arminn.

—Él ya confesó estar ayudándola. —ronroneó la rubia, su rostro acercándose peligrosamente al del príncipe. —¿No es así principito?

—¡Yo solo le dije dónde conseguir el Novus! —Incluso en momentos como aquel, el príncipe seguía intentando mantener su orgullo. Su voz intentaba sonar estable, calmado, como si la palabra equivocada no la mandara a un camino de reclamar más sangre.

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