Capítulo 43

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              Cuando mi mano finalmente tocó el frío pomo de la puerta, todo mi cuerpo volvió a recuperar la energía que había perdido las últimos días, semanas o meses, no tenía ni idea cuánto tiempo había pasado encerrada en aquel castigo. La puerta cedió con facilidad y mi cuerpo se fue hacia adelante involuntariamente, mis rodillas y palmas recibieron el golpe del suelo una vez más solo siendo amortiguado por hojas magenta con forma de corazón. El aire se sentía diferente, demasiado eléctrico y con un sabor a la colonia de mi abuela. No entendía dónde estaba, pero cuando el cuerpo de la Madre Naturaleza estuvo a punto de volar fuera de mi espalda, todo mi cuerpo reaccionó.

—¡Ya está aquí, papá! —grité con todas mis fuerzas abrazando a la inconsciente Diosa.

Su cabello hora estaba mitad negro mitad verde, alrededor de la puñalada ya se estaba comenzando a formar un gran hueco negro, la daga cayendo sobre el suelo mojado. Mi corazón comenzó a desesperarse, la daga fría bajo mi tacto mandaba toques eléctricos por mi cuerpo, miles de malos recuerdos ocupando mi mente. La guardé entre mis pechos antes de volver a poner a la Diosa sobre mi espalda.

—¡¿Dónde están?!

Sentí mis cuerdas vocales desgarrarse una tras otra, el ardor que sentí por tantos días volviendo como un tigre hambriento. Mi respiración incrementó su ritmo una vez más cuando escuché pasos cerca, hojas y ramas crujiendo. Observé el territorio frente a mí, un gran bosque con árboles de hojas magenta y con una extraña forma de corazón, la neblina no dejaba ver el cielo, pero tenía la extraña sensación de que no era de noche, solo demasiado oscuro.

—¡Papá!

Una hoja cayó sobre mi cabeza, agua de lluvia deslizándose por mi frente hasta caer por la punta de mi nariz. Mi mirada se elevó ante las fuertes presencias. Mi corazón se apretó. Una de las criaturas frente a mi tenía una piel tan oscura como las sombras de Sev, pequeñas pinceladas de brillos morados subían como serpientes por su abdomen descubierto; una nube de polvo purpura oscuro ocultaba sus piernas y les agradecía a los cielos porque si no fuese por ello y la capa que escondía sus hombros, estaría completamente desnudo.

Parte de su pecho mostraba sus huesos como el esternón y las costillas, así como la parte superior de su rostro estaba cubierta por una extraña máscara de oro que mostraba un rostro que bien podría ser de hombre o mujer, con rocas como arsenolita decorando todo el arco superior de su rostro y con cinco agujas de oro que salían de estas, con más arsenolita en forma de cristal cayendo de las puntas filosas.

Tragué duro.

Su cabello azul ciruela caía en ondas que parecían la vía láctea. Era letalmente mortal.

—Bienvenida, hermana. —Su voz nítida se deslizó como miel sobre mi cuerpo, todos mis sentidos se activaron al segundo y al instante me interpuse entre aquel tipo y la Diosa.

—Aquí estás a salvo, hija. —Una voz gutural a mi izquierda me hizo saltar del susto, pánico comenzó a esparcirse por mis venas, pero a penas mis ojos conectaron con las dos esferas de color cobalto mi corazón se calmó al instante.

Un hombre con tantas alas que Rafael estaría celoso, con un cabello que rosaba entre lo blanco y cristalino y, piel de caramelo se alzaba sobre mi cabeza bastante orgulloso, el collar de perlas en su cuello de tres niveles se movió al inclinarse sobre mí, una sonrisa de modelo aumentando su belleza mil veces más.

Así que este es el desgraciado de mi padre.

No pude evitar mi pensamiento al reconocerlo, una avalancha de emociones arrasando con mi pobre cuerpo.

—Disculpa que usáramos los rostros de tu padre y hermano, era la única forma que confiaras en...

—Dejen las explicaciones para luego, la Madre Naturaleza está muriendo. —corté irritada, mi mano deslizándose hasta el hombro de la Diosa solo para asegurarme que seguía allí.

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