Capítulo 6

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                      Mi cabeza dolía, ¿era normal? No. ¿Me iba a matar? Probablemente.

Persone debía estar bromeando cuando dijo que mi trato con Sev seguía en pie, tenia que estarlo, pero sonaba lógico.

El trato era simple: yo conseguía a Sarah, él me ayudaba con mis padres.

Conseguía a Ife en su lugar, la única razón por la que logre burlar a la magia por tanto tiempo era por el hecho de que se trataba de la hija de Sarah, pero no podía seguirla burlando. Perséfone había dicho que mis pesadillas y noches sin dormir estaban conectadas directamente con ello, el hecho de sentirme tan apegada a Sev y el hecho de que pase meses dibujando su rostro.

Mi trato con J.J nunca fue real porque vinculaba directamente a un trato que ya tenia en pie, era todo lo contrario, era más con una más, creaba un signo negativo.

Sev podía aparecerse en cualquier momento en este mundo y tomarme sin causar que la magia de las hadas los matase por perturbar la calma del reino, la magia de los tratos era mucho más antigua y poderosa que cualquiera.

No sabía qué esperaba de mí, por qué seguía sin venir a buscarme.

Necesitaba un tiempo para mí, necesitaba procesar todo lo que descubrí más todo lo que ya sabía. Debía averiguar cual sería mi siguiente movimiento. No podía seguir escondiéndome detrás de estantes de telas, hilos y agujas ignorando el hecho de que me estaba asesinando lentamente con este estilo de vida.

Tres días debían ser suficientes para ayudarme a conseguir las respuestas que necesitaba, pero con la vieja Saln y sus clases ya pagas hasta el invierno, era imposible tener paz.

Los ejercicios para descubrir mi centro cada día se sentían más pesados y complicados.

—¿Cómo se supone que esto va ayudarme a descubrir mi centro? —grité. Los músculos de mis piernas llevaban minutos dormidas, en cualquier momento caería de la rama y sería un golpe directo en mi cabeza, rompería mi cráneo sin problemas.

Saln en la base del árbol sonrió.

—¿Qué mejor forma para conectar que esta? —palmeó el tronco del árbol con su mano libre.

La sangre ya estaba acumulada en mi cabeza, podía escuchar mi corazón trabajar con fuerza en los oídos, pero, sobre todo, estaba mareada. No podría bajar de la rama de la misma forma que lo subí, estaba claro que caería no importaba si mis piernas fallaban o no.

—Saln, ¡me voy a caer!

—No, no lo harás.

—¡Sí! —chillé. Mis brazos caían a los lados de mi cabeza, picaban si los intentaba mover. Me sentía un murciélago, a una copia barata de ellos. —¡No sé cómo bajarme!

—No te he dado permiso de bajarte! —Toda su cabeza se frunció.

—¡Me voy a caer! —repetí.

—No si te concentras. —Cerré los ojos irritada. —Ya te dije el ejercicio: imagina que estas en la cima de una montaña.

—¡¿Y eso como va ayudar?!

—Hazlo. —El eco de una tercera voz atravesó mis oídos. Abrí mis ojos al instante consiguiéndome con los ojos amarillentos de Perséfone.

¿Qué hacía ella aquí?

Saln pareció pensar lo mismo, sus ojos examinando de pies a cabeza a la chica. Si ella supiese quién estaba frente a ella... su calva cabeza explotaría.

—Estar de cabeza es la misma sensación de estar en la cima de una montaña. —Explicó Perséfone, sus brazos cruzados en su pecho y su espalda recargándose en el tronco del árbol.

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